Cultura, antídoto contra el abandono

Palencia

Decía Miguel de Unamuno que solo el que sabe es verdaderamente libre y que la libertad que hay que procurar al pueblo es la cultura. Y así entiendo personalmente la cultura, en la más amplia acepción de la palabra: como un ejercicio de libertad. Como una herramienta para facilitar la independencia de ideas y de pensamiento. La cultura, en todas sus múltiples manifestaciones, es un agente imprescindible en la formación y en la sensibilización de la sociedad. Una atalaya de privilegio desde la que observarse a uno mismo y tomar conciencia de quién se es.

La pasada semana, la localidad de Paredes de Nava inauguró con todo boato su nuevo Centro de Artes Escénicas Jorge Manrique. Un edificio magnífico, proyectado por la arquitecta palentina Pilar Díez, que además se ha levantado sobre las ruinas de la iglesia del antiguo Convento de San Francisco, regalándonos así un simbolismo extraordinario: proyectar el futuro sobre las ruinas del pasado. Sólidos cimientos, y no me refiero únicamente al diseño estructural de las instalaciones.

Personalmente, y parafraseando a Woody Allen, me interesa mucho más el futuro que el pasado porque, al fin y al cabo, es el sitio en el que voy a vivir el resto de mi vida. Por eso valoro de forma muy especial actuaciones como la llevada a cabo en Paredes. Porque miran hacia adelante con la confianza ciega de que hay un futuro posible en el medio rural. Porque demuestran que aquello de infravalorarse y de no tomarse en consideración a uno mismo no tiene porqué ser un mal endémico de nuestros pueblos. Y que preparar un atado de leña para calentarse o tener que sacudirse el barro de las botas antes de entrar en casa combina perfectamente con disfrutar de la última extravagancia de Wes Anderson o con volver a tratar de comprender el ‘Ulises’ de Joyce.

Potenciar y desarrollar la actividad cultural en un entorno en ocasiones tan ingrato como el medio rural exige tener las cosas bien claras y ser conocedor de la importancia de la formación en la ilustración en las artes. La cultura, como elemento en permanente evolución, es un antídoto contra el veneno del abandono.

Menos promesas de lustroso porvenir rural sobre cimientos de cartón. Menos empleo de expresiones como ‘promover’ o ‘desarrollar políticas’, oquedades verbales que se pierden en su propia ambigüedad, y más acciones palpables y visibles. Más dotación presupuestaria para actividades e instalaciones culturales. Más ofrecer al pueblo herramientas para forjarse una identidad trabajada y con poso, por descabellada y desorbitada que pueda parecer la inversión pública. Creo que es un riesgo que, como en el caso de Paredes de Nava, las administraciones deben de atreverse a asumir. Porque en el riesgo, estimados oyentes, está la esperanza.