Disculpe, no tengo una opinión
La Firma de Borja Barba
"Disculpe, no tengo una opinión", la Firma de Borja Barba
Palencia
Decía el escritor y columnista Manuel Jabois, entrevistado semanas atrás por Aimar Bretos, que cada vez que escribe una columna y esta sale publicada, a los cinco minutos tiene a la gente diciéndole que es un genio o vociferándole que es, con perdón de la expresión, un hijo de puta.
Vivimos inmersos en una actualidad que es manifiestamente incompatible con la vida. En un escenario agitado por opiniones y reacciones hiperbólicas en las que rara vez existe cabida para toda la amplia gama de grises. Las cosas son o blancas o negras. Sin ambages ni matices. Tratar de buscar un punto de conexión entre disyuntivas o de tender un puente entre orillas opuestas hace que uno sea inmediatamente tachado de ‘equidistante’, una palabra que la marejada maniquea que rige nuestro día a día se ha empeñado en cargar de connotaciones negativas.
Se da además la circunstancia de que todo el mundo tiene una opinión sobre cualquier debate que se ponga sobre la mesa. O sobre la barra del bar, por hablar con mayor propiedad. Da igual que se hable de las presidenciales argentinas, de la crisis climática o del virus FIFA, que opinar es gratis. Hemos perdido la sana costumbre de admitir que no tenemos una opinión sobre un determinado asunto o al menos de reconocer que la que tenemos no posee fundamento crítico alguno. Opinar, más allá de un derecho, es un ejercicio de responsabilidad personal.
Los indicadores de la tensión social se muestran disparados hasta extremos muy por encima de lo tolerable. España se ha convertido, de un tiempo a esta parte, en esa premonitoria advertencia que lanzaba Antonio Machado un siglo atrás en el tiempo: un trozo de tierra por el que cruza errante la sombra de Caín.
Con gran pesar, y a modo de medida preventiva, he dejado de intervenir en conversaciones políticas con mis amigos. No quiero ser un genio para unos, ni, con perdón de la expresión, un hijo de puta para otros.