Permítanse vivir la Navidad

Palencia

Excesos. Sobrecarga por donde quiera que se mire. Saturación en forma de un sinfín de luces parpadeantes, con los más variopintos y dudosos diseños, que nos hacen creernos Han-Solo a los mandos del Halcón Milenario, entrando en hipervelocidad por Casado del Alisal. Tal es el derroche, el acto terrorista contra la estética y el buen gusto que rige esta carrera hacia el absurdo en la que se ha convertido el asunto de la decoración navideña, que todo parece poco y nunca es demasiado pronto. Algún día empezaremos a preparar la cita navideña y a sacar adornos del trastero con el cuerpo embadurnado de after-sun, háganme caso.

Yo en este aspecto soy de los tradicionales. De los de dar tiempo al tiempo y aguardar el momento con calma tensa, pero no la suficiente como para que, año tras año, no me pille el toro con los regalos. Soy de los de esperar con inocente ilusión, que todos los números están en el bombo, a que salga el Gordo, sin querer ser consciente de que en el sorteo especial de Navidad siempre ganan los mismos, esos que responden al nombre de Agencia Tributaria.

Tras unas semanas de cenas de empresa -en algún momento habría que repensar esa idea de ir a beber de más en compañía de personas a las que ves a diario más horas de las que recomiendan las autoridades en salud mental-, reuniones de amigos entre los que la vida se ha encargado de poner algo más que kilómetros de distancia y reencuentros, no siempre deseados, con familiares, llega un momento en el que uno se ve incapaz de esquivar más balas y se abandona definitivamente a su suerte y sin capacidad de maniobra.

Dicen que cumplir años implica un desapego progresivo hacia la Navidad. A medida que uno se va haciendo mayor, la alegría cede terreno y va cobrando mayor protagonismo la nostalgia. Porque uno nunca es realmente consciente de ser feliz, pero sí de haberlo sido alguna vez en su vida. Sin embargo, todos nos reservamos un refugio sentimental de guardia al que acudir. Un rincón, un escenario, una situación o unas personas que nos ayudan a volver a ser aquel niño ilusionado y despreocupado que todos fuimos alguna vez. Ese niño que se permitía vivir la Navidad como siempre debería de vivirse, con rotunda felicidad. Animando a Fernandito en la San Silvestre impecablemente vestido de Mariano Haro, cantando el ‘Ea’ en el Bautizo del Niño y esperando a las ocas de Miguelín dando un necesario toque localista a la tradicional Cabalgata de Reyes.

Y así nos tocará lidiar con estas fechas tan especiales, entrañables para unos y abominables para otros, ebrios de estímulos y atiborrados de langostinos y sobras de lechazo pero sin olvidarnos de lo verdaderamente importante: tratar de ser felices y vivir durante un par de semanas en un cuento al que, de alguna u otra manera, todos pertenecemos.

Feliz Navidad, y que la alegría inunde en estas fechas cada hogar de nuestra provincia, desde Dueñas hasta La Pernía y desde Villada hasta Pomar de Valdivia.