Desaceleración

Palencia

En búsqueda de la paz y la calma que la intensa actividad cotidiana se empeña en escatimarme, encontré refugio paseando junto al ramal norte del Canal de Castilla, perdido por algún lugar entre su quinta y su séptima exclusa. Desperezándome para sacudirme el frío de encima, me sometí al necesario trance para bajar la aguja del indicador de revoluciones por minuto. Sumido en esa particular liturgia, observaba las hojas y las pequeñas ramitas que la sostenida y leve corriente del Canal arrastraba, acompañándome silenciosamente en mi camino de sirga.

Lentamente y sin sobresaltos, acompañado únicamente por el sonido de mis pisadas, pensaba en un hipotético viaje de esas aventureras involuntarias. Imaginaba su recorrido salvando exclusas colándose por los aliviaderos. Sorteando peligros en cada orilla. Quién sabe si, al llegar al Serrón, optando por el ramal sur o por el ramal de Campos para acabar su viaje en la dársena de Valladolid o en la de Rioseco.

A veces necesitamos tomar un respiro y desacelerar la vida caminando al ritmo que nos marca, por ejemplo, el lento fluir de las aguas del Canal. Quizá incluso tengamos que tomar esa decisión tan poco habitual de detenernos para observar, que es un verbo que acabará desapareciendo por desuso. El tiempo es, a menudo, una caja demasiado pequeña para todo lo que tenemos que meter dentro. Ahora resulta que a las películas les sobra metraje y acaban convertidas en series con episodios de cuarenta minutos. Y que a los libros también les sobran páginas y caracteres, porque creemos que se puede contar lo mismo, que será lo mismo pero no igual, prescindiendo de metáforas y requiebros literarios. Y no nos damos cuenta de que lo que realmente ocurre es que a nosotros nos han robado el tiempo. Que es exactamente lo que pensaba cuando, de joven, nos daban las seis de la mañana y encendían las luces del antro al que había decidido ir a malgastar mi vida y mi hígado.

Las primeras semanas del año son siempre terreno propicio para sembrarlas de buenos propósitos. Y yo me he propuesto en este nuevo año tratar de vivir más despacio. Porque estoy convencido de que disfrutar del proceso tanto como de los objetivos es la mejor manera de no permitir que nada ni nadie nos robe el tiempo y de poder volver a ser dueños de nuestras propias vidas. Que los dramas de hoy son las insignificancias del mañana y nuestra verdadera lucha diaria debe plantearse contra esa voracidad con la que parecen habernos obligado a convivir. Esa misma voracidad aterradora con la que Saturno devoraba a su hijo y que nos impide disfrutar de la belleza más simple y cotidiana. La belleza de una hoja de chopo dejándose arrastrar por la pastosa corriente del Canal de Castilla.