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A correr la naranja por el Santo Ángel

Historia, arte y costumbres del día 1 de marzo en Tierra de Campos

Santo Ángel de Villada ornado con encintados, un dije y una esquila / J. J. Martínez

Palencia

Autor: Francisco Calvo Manzanares

Desde tiempos inmemoriales la descendencia ha sido una preocupación sin parangón para la sociedad. Para los estratos sociales más altos, por la pervivencia del linaje y el apellido, y para el pueblo llano, por ser mano de obra necesaria para el sustento de la familia, unido -sin ninguna duda- al sentimiento que unos padres tienen por sus hijos. El miedo al mal está presente desde hace siglos, así como los remedios que el pueblo ha desarrollado para poner cota al mismo.

La religión ha sido el instrumento principal aclamando la protección de santos, santas, vírgenes y ángeles. San Nicolas de Bari, santa Teresita del Niño Jesús o los Ángeles Custodios son algunos de ellos.

La existencia de los ángeles al igual que su sexo han sido temas recurrentes y de preocupación desde largo tiempo, ya que son seres especiales al servicio de Dios como mensajeros, protectores o guerreros cuya apariencia en el imaginario colectivo es la de humanos con alas. Estas características iconográficas, sustentadas en las Sagradas Escrituras, hicieron que el pueblo depositara en ellos su fervor. Según san Agustín: “el término ángel designa no la naturaleza de estos seres, sino su oficio. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel”. Etimológicamente proviene del latín ángelus y este del griego aggeloj, que significa mensajero. Las escrituras, sin embargo, ensalzan su papel protector: “Los ángeles custodios libran constantemente a sus protegidos de innumerables males y peligros, así del alma como del cuerpo: Que el ángel me ha librado de todo mal -dijo Israel a su hijo José- bendiga a estos niños” (Gn 48, 16).

Así, al santo Ángel de la Guarda siempre se le representa como un efebo de gran belleza con alas y junto a él un niño por el que vela, un gesto que se une a la candidez del niño enfatizando su papel como protector y guía moral y espiritual a lo largo de la vida. Esta iconografía procede de un pasaje que narra el auxilio al joven Tobías por san Rafael arcángel, convirtiendo a Tobías en el niño que simboliza el alma cristiana.

En la fotografía vislumbramos la talla barroca del Santo Ángel de Villada, preservada en la Iglesia de Santa María de la Hera, que sirve como ejemplo paradigmático del modelo de representación del Santo Ángel. Es una escultura en la línea de la talla del Ángel de la Guarda de Juan de Ávila, que se conserva en la Iglesia de Santiago de Valladolid. El Ángel con la mano derecha apuntando al cielo y con la izquierda guiando la cabeza del niño, ataviado con túnicas superpuestas de ampulosas mangas, ajustadas a la cintura y con aperturas que a la par que simulan movimiento dejan ver una pierna. El niño -en actitud orante- con corta melena y larga túnica plegada, siguiendo el prototipo fernandino del Niño Jesús. Ambos con sandalias y melenas de cabellos ondulados, reminiscencia de las obra del taller de Gregorio Fernández.

Más allá de las creencias religiosas se sitúan algunas prácticas que mezclan el fervor religioso con actos paganos creando tradiciones basadas en una amalgama de creencias. Así, encontramos oraciones que se repetían con afán de proteger a los más pequeños, que desde su niñez aprendían a recitar: “Cuatro esquinitas tiene mi cama, cuatro angelitos que me la guardan” o el popular: “Ángel de la Guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche, ni de día que si no me perdería”. Estas oraciones fueron de uso común en gran parte del país, una de ellas conocida como la oración de laudes la hemos podido localizar en un novenario:

Ángel santo de la guarda,

compañero de mi vida

tú que nunca me abandonas

ni de noche, ni de día.

Aunque espíritu invisible,

sé que tú estás a mi lado,

escuchas mis oraciones

y cuentas todos mis pasos.

En las sombras de la noche

me defiendes del demonio,

tendiendo sobre mi pecho

tus alas de nácar y oro.

Ángel de Dios que yo escuche

tu mensaje y que lo siga,

que vaya siempre contigo

hacia Dios que me lo envía.

Testigo de lo invisible

presencia del cielo amiga

Gracias por tu fiel custodia,

gracias por tu compañía.

En presencia de los ángeles

suba al cielo nuestro canto.

Gloria al padre, gloria al Hijo,

gloria al espíritu santo.

Amén

Se promulgó un gusto por cuajar las mantillas y envueltas de los niños de escapularios, detentes, evangelios… o esquilas y cascabeles, con el objetivo de llamar a los ángeles. Llamadores que aún penden de las cunas o cuellos de los palentinos. Se creía en el mal, en la existencia de Lucifer y en las brujas que pasaban de ojo a los niños, que después se consumían hasta morir. Así lo recoge la encuesta del Ateneo de Madrid, realizada entre 1901 y 1902 en nuestra provincia, en la localidad de Villarramiel: “Cuanto más hermosos y robustos son los niños, más son aptos para padecer el mal de ojo, sugerido por personas que los miran con especial interés y envidia o por la que tiene mal mirar. Los niños que tiene mal de ojo adelgazan rápidamente, entristecen sin causa y secándose, mueren”.

Toda protección era poca ante dicho mal. De ahí esta serie de objetos protectores o amuletos donde se mezcla esa creencia religiosa con otras absolutamente paganas. Colocaran en los faldones de los roros higas -de azabache principalmente- manos o garras de tejón y de oso, ramas de coral, castañas de indias, cuernos de ciervo…

Estos objetos de caracteres “mágicos” aún siguen presentes en nuestra sociedad porque el miedo aún está muy presente en nuestra vida. Hemos podido conocer algunos de ellos gracias al trabajo de campo, que ponen en manifiesto la pervivencia del miedo y la necesidad de protección. Incluso algunos santos son portadores de ellos debido a donaciones, mezclando así el fervor religioso con el sentir pagano.

Este fervor al Santo Ángel de la Guarda debido a su atribución protectora de los infantes se extiende por nuestra querida Palencia. En algunas localidades de Tierra de Campos aún se celebra como día de gran fiesta. En Villada conservan un bonito himno que reza:

Ángel Santo, ángel querido

compañero de mi vida

Tú que nunca me abandonas

ni de noche, ni de día.

Siendo yo niña inocente

mi madre me repetía

Hija, tú tienes un ángel

para hacerte compañía.

Oh, que bendita creencia,

bendita quien me la dio

bendiga Dios a mi madre

Oh sí bendígala Dios.

En las horas de la noche

te defiende del demonio

tendiendo sobre tu lecho

sus alas de nácar y oro.

Protégeme con tus alas

a lo largo de mi vida

y llévame de la mano

con Jesús, José y maría.

Queda nuevamente manifestada esa creencia en el carácter protector del Santo Ángel como guardián de los niños y ese sentimiento de transmisión de las creencias que lo convierte en tradición.

En la ya mencionada Villada el Santo Ángel es una de las cofradías más destacadas de la localidad. Queda en el recuerdo de los vecinos el ofrecimiento del plato al cura el día de la fiesta, una costumbre que no fue solo propia de esta cofradía, más los abades del Ángel entregaban almendras y dulces artesanales, a cambio el cura les entregaba un paquete de tabaco para los cofrades. Estos intercambios fueron muy comunes en la época al igual que dentro de las propias cofradías daban la “colación” que en muchas ocasiones era pan, queso y vino o dulces y frutos secos. En cambio, si ha conservado la celebración del cabildo que tiene lugar un mes antes de la fiesta. Se trata de una reunión donde los cofrades degustan las viandas propias del tiempo en un acto de hermandad.

Estas meriendas fueron muy acusadas y propias de cualquier cofradía, ya que la celebración del santo justificaba las juergas que se organizaban y más aún si consideramos que el Santo Ángel en ocasiones cae en plena Cuaresma, un momento de gran recogimiento, por lo que era el motivo idóneo para festejar y romper con la austeridad por un día. Este gusto por las meriendas también estaba presente en la localidad de Cisneros este día. Recuerdan degustar tortillas, algunas con chorizo -fruto de las matanzas- e ir a correr la naranja por las eras. En la misma línea, en Castromocho los niños iban pidiendo por las casas huevos y patatas para después hacer una merienda en el campo, el huevo significa eternidad, el triunfo de Dios sobre el mal o el paso del invierno a la primavera.

Sea como fuere, el miedo estaba y sigue presente en nuestras vidas. La sociedad palentina confió en creencias y en la religión para salir adelante a través de estas prácticas, alejándose muchas veces de la razón porque: “Ninguno nace sin confianza. Ninguno vive sin confianza”.

 
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