Planta 12
La opinión de Juan Miguel Alonso (6/3/2024)
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León
Desde la planta 12 del hospital el amanecer tiene la potencia onírica de un sueño. Mientras los carros de las enfermeras anuncian el tráfico de pantoprazoles y sueros, los enfermos rezan sus oraciones, agradecidos del nuevo día que siempre trae la esperanza prendida en el pliegue de su blancura.
Las noches siempre son largas en los hospitales y en los pasillos desiertos se embalsama un aire de miedos que deja en la boca un sabor metálico. El miedo, los miedos. Esa cadena férrea que rompe con las primeras luces el saludo amable de las batas blancas , la perfusión de ánimo que cura tanto como el vademécum que se desliza por la vía.
Es imposible agradecer lo bastante el regalo de esta sanidad pública que nos protege cuando más azota la tormenta, y quedamos a la intemperie. Son rostros anónimos, casi siempre femeninos, emboscados en la rutina de los turnos y la mascarilla, los que siembran confianza, ánimo, la esperanza de que la lluvia cesará pronto.
A veces, uno tiene la sensación de que ese tesoro sin precio de la sanidad universal no se valora como merece, desde la política y desde la ciudadanía. Y se abandona en manos de los burócratas sin alma el cuidado, los cuidados de quienes mas lo necesitan. La humanidad se conjuga mal con verbos como recortar, ajustar, optimizar.
Mientras las pantallas vomitan otra vez la miseria de la corrupción eterna, ahora con sus Koldos y sus Ábalos, la esperanza se asienta en esa legión de ángeles alados con bata que procuran la esperanza, que cuidan nuestra salud con la delicadeza del hortelano. Los balcones y los aplausos están muy bien en la escenografía del pánico, pero sería mejor reconocerlos como se merecen , pagarlos como se merecen, dotarlos de los medios precisos para que no todo quede en el limbo de las buenas intenciones. Son el último dique frente a la barbarie. Cuidémoslo. Antes de que sea demasiado tarde y los lamentos disfracen de nuevo nuestra incapacidad para sostener lo imprescindible.