La Ventana de León
Opinión

Aulas para pobres

La opinión de Ángel Santiago Ramos (7/3/2024)

León

Tienen tan sólo tres años. Se llaman: Manal, Safa, Mustafa, Adara, Darwin, Oliver, Erika, Keillys, Mohsin, Paola, Reinel,… Y, así podría seguir enumerando los nombres de la veintena de niños que componen un aula de infantil perteneciente a un colegio público de la comunidad de Castilla y León.

Una buena parte de ellos sólo entienden su lengua de origen. Y la clase es una Torre de Babel con cuatro idiomas diferentes. La tutora, en este caso, debe sortear la enorme barrera de no tener un idioma común para enseñar las cuestiones más básicas de un alumnado que desconoce las mínimas reglas de cómo debe comportarse en un aula.

Una parte de los niños sostienen a diario hábitos de conducta violentos que terminan en peleas, insultos y agresiones. Ellos desconocen otras vías para la solución de los conflictos. Tanto es así que, para evitar destrozos de material, la profesora ha decidió retirar del aula libros, piezas de construcción y juegos, porque terminan usándolos como objetos para agredir a sus compañeros. Ella misma ha sufrido agresiones físicas y los insultos son el pan de cada día.

El centro tiene poco más de trescientos colegiales provenientes de 28 nacionalidades diferentes, entre otras, Bulgaria, Siria, Venezuela, Marruecos o Ucrania. En todas las edades es elevada la proporción de casos que tienen una mínima o nula comprensión del idioma castellano. El número de alumnos con dificultades de aprendizaje por otras causas y que requieren ayudas de especialistas son más del 30 por ciento.

El absentismo y la falta de implicación familiar son factores habituales. Lo mismo que la llegada de nuevos ingresos de niños cada semana. Y la presencia policial en el centro no es infrecuente. Algunos de los brotes de violencia que suceden en el patio o en las aulas sobrepasan las herramientas de control que posee el centro y acuden a esa ayuda externa.

Como colegio de enseñanza, podemos imaginarnos, tiene pocas opciones de alcanzar algún éxito educativo y las esperanzas de ayudar una mayor integración social de este alumnado parecen remotas. A todas luces este es el peor de los ejemplos de un colegio-gheto que la Consejería de Educación conoce, consiente y sostiene para vergüenza de una política educativa sin el mínimo pudor social y humano.

Oculto el nombre de este centro por razones de preservar el anonimato de las fuentes que me han relatado y descrito estas situaciones y otras que no me es posible incluir por razones de espacio y de justificada discreción.

Me consta que no es un caso único en la Comunidad que tanto presume de tener una educación modélica.