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Dura Lex

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Hay algunos días que se convierten en pistas de hielo, pistas inclinadas imposibles de remontar. No sé si te acuerdas de aquellas vajillas de color verde o ámbar que había en todas las casas en las que el reborde del plato, en especial del plato hondo, tenía una forma curva que hacía resbalar cualquier clase de alimento hacia el interior. Así me sentía ayer, como una lenteja resbalando en un plato de Duralex, un resbalar lento, recogido, pero imparable. Hay algunos días que son así. Y no es que pensara que el trabajo o las relaciones, las responsabilidades, algo de eso, me hicieran sentirme mal o que el cielo estuviera gris o algo semejante, que ya viste el día tan precioso que tuvimos en León, la tarde luminosa, la temperatura fresca, pero agradable: un día para disfrutar. Ya ves. Y yo, como una lenteja chapoteando en el caldo.

Razones puede uno encontrar las que quiera, pero cuando el mundo es un plato hondo imposible de remontar no valen las razones y esa es una lucha que mantengo desde hace mucho, que no es la razón la que determina el bienestar. No. No estoy hablando de enfermedades, no quiero mezclar. Cuando hablo de esta dificultad Duralex, no estoy hablando de depresión, no debemos mezclar las cosas porque la enfermedad y la tristeza no son sinónimos y no se puede, creo yo, confundir lo uno con lo otro. Este martes, sentado en una sala de espera, observé a los pacientes que esperaban para ser atendidos por otro médico que no era el mío. Me dio por pensar que quizá fuesen personas con algún tipo de enfermedad mental, indistinguibles absolutamente del resto de personas que esperábamos. Yo no lo podía saber. En las puertas de las consultas no estaban los nombres ni las especialidades de los médicos. Miraba a esas personas que esperaban, como yo, y me preguntaba si ellas mismas pensarían de mí qué clase de enfermedad padezco. Es un juego de espejos en el que a nadie le gusta mirarse, porque el problema siempre está en los otros, y no nos damos cuenta de que precisamente nosotros somos los otros de los otros.

Y el caso es que jugamos a la lotería. Participamos en sorteos en los que pagamos por una ilusión de probabilidad más que escasa y nos cuesta aceptar que nos pueda tocar el premio del sorteo gratuito de la enfermedad. Miramos a los otros pensando que es cosa de ellos y dejamos nuestras cosas en el borde del plato de Duralex, resbalando con la ilusión de que se fueran a sujetar por un arnés invisible. Y el caso es que si la lenteja se queda pegada es porque está seca, así es que más nos vale resbalar. Es esa ley de la probabilidad implacable de la genética, la dura ley de la probabilidad que nos señala en todo este proceso que llamamos vida. En mi casa los platos de Duralex no eran de colores. Creo que eso del ámbar y el verde fue de tiempos más modernos. Lo nuestro siempre fue la transparencia. Y las ondas en el reborde, para conseguir una ilusión de salvación y eso que siempre hemos sabido que la ley es implacable. Dura lex, sed lex.

 
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