Opinión

Progreso, pero no a cualquier precio

La Firma de Borja Barba

"Progreso, pero no a cualquier precio", la Firma de Borja Barba

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Palencia

Entre el ingente acervo de citas y reflexiones que nuestro ruralista universal Miguel Delibes dejó para la posteridad, he acudido con indisimulada frecuencia al discurso pronunciado con motivo de su entrada en la Real Academia Española. Decía el recordado escritor vallisoletano ante los académicos, siempre ondeando la bandera de la defensa del patrimonio natural, que si el progreso implicara destrucción, estaríamos hablando entonces de un “falso progreso”. Piensen en la trascendencia del mensaje. En un entorno literario y de una erudición indetectable para el pueblo, Delibes no quiso hablar de su obra, sino de la protección del medio ambiente y de su amor por la naturaleza.

No sería tan necio de renunciar voluntariamente al progreso y al desarrollo en favor de un mundo verde, inmaculado y salvaje como la Isla Calavera. No pretendo vivir de permanecer sentado en una piedra observando caer las hojas de los árboles. Pero en un planeta que pretende ser más cómodamente habitable, el ser humano y el medio natural deben convivir en una cuidada simbiosis. Un delicado equilibrio que permita avanzar justificando lo necesariamente sacrificado en beneficio de dicho avance. Cuando parece que se nos amontonan las señales de un cercano apocalipsis en forma de guerras nucleares, veranos asfixiantes y tapones de plástico que no se pueden separar de su botella, conviene tener presente que toda idea de futuro basada en un crecimiento ilimitado y descontrolado conduce, de manera inexorable, al desastre.

Hoy, en este cinco de junio, en el día en el que la Asamblea de las Naciones Unidas decidió poner el foco sobre el Medio Ambiente con el objetivo de concienciar a la sociedad acerca de la necesidad de garantizar una protección del planeta y de los recursos naturales, me gustaría tener un recuerdo especial para todos aquellos tesoros medioambientales de los que disfrutamos en nuestra provincia.

Me quiero acordar de las imponentes cumbres de la Montaña Palentina, centinelas vigilantes desde sus privilegiadas atalayas. De nuestro río Carrión, médula espinal del territorio palentino. Del extenso océano cerealístico, inmejorable ejemplo de una naturaleza modelada y reconstruida por la mano del hombre. De los limpísimos, y altísimos, cielos cerrateños. De la riqueza y variedad forestal de nuestros Páramos y Valles. Del oso. De la nutria. O de ese lince ibérico que esperamos que encuentre acomodo en nuestra provincia.

Caminando sobre el borde de esa fosa abisal que se abre entre aquello que anhelamos y la posibilidad real de alcanzarlo, el cuidado del medio ambiente es un compromiso irrenunciable. Ningún progreso es sostenible y perdurable cuando se actúa como si detrás de ese avance no hubiese un futuro. Y es una advertencia que sirve tanto para el más rústico de los hombres de campo como para las élites urbanas.

Hace unos días paseaba por una de esas recónditas carreteras de pueblo por las que uno camina con la confianza de no ser atropellado. Y entonces lo vi. En la cuneta. Grapado sobre una pequeña estaca de madera, plastificado de manera casera para procurarle una mejor existencia. Con una tierna grafía infantil, el cartel decía así: “la basura que tiras en estas cunetas no habla… pero dice mucho de ti”. No es necesario ser Robert Oppenheimer para comprometer nuestro futuro.

 
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