Esperado verano: Aquí te entregamos este pueblo
La Firma de Borja Barba
Esperado verano: Aquí te entregamos este pueblo
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Palencia
Anoche llegué a casa con esa extraña sensación, propia del mes de junio, de estar disfrutando aún de luz solar y tener que recogerme porque se hace tarde y mañana será otro día. Chillaban los vencejos mientras revoloteaban en busca de la cena, con ese sonido tan característico del verano. También alborotaba un grupo de turistas, sentados en la terraza de un bar, mostrándose como preludio del gran desembarco foráneo que dará un giro radical a la vida en los pueblos durante estos meses estivales.
El día 6 de septiembre del pasado año 2023, arrancaba la temporada radiofónica en ‘Hoy por hoy Palencia’ presentándome ante esta audiencia con una llamada de atención sobre el estruendoso silencio en el que, pasados los agitados meses de verano, había quedado sumida la Palencia rural. Y arrancaba con toda la prudencia y el paso corto propios de un novato en esta frecuencia. Con el respeto natural y la sombra de la duda, siempre presente, sobre si estas historias de pueblos, leyendas perdidas en el tiempo y reivindicaciones localistas conseguirían atraerles y despertar su interés. En cualquier caso, y se lo confieso ahora, nueve meses después, siempre me guardé el as en la manga de pedir a esta buena gente de Radio Palencia que pixelasen mi foto si la cosa salía demasiado desastrosa.
Cuando uno cree tener una historia especial que contar, su primer impulso es el de compartirla con el mundo. Con ese mismo mundo que, con su entusiasmo o con su desprecio, acabará determinando si la historia era realmente especial o si, por el contrario, era una estúpida borrachera de autoestima. Porque, ya lo decía el recordado David Gistau, no hay mayor miedo para un columnista que el de pasar desapercibido para la audiencia.
Ante el precipicio del folio en blanco, o del micro con la luz roja encendida, uno siempre tira de dos estímulos: las musas, que son muy suyas y aparecen cuando les viene en gana, y la memoria. Es la misma memoria, superlativa en nuestra tierra palentina, que durante todos estos miércoles me ha permitido llevarles a recordar a los foramontanos de Brañosera, al desconocido pero mil veces imaginado ‘Domine’ de La Olmeda, a los sirgueros del Canal de Castilla, a las brujas de Cansoles o a los últimos habitantes del desaparecido caserío de Valsurbio, pasando por los labradores, los pastores o los comerciantes que, aún hoy en día, dan forma, sentido y personalidad propia a nuestra esencia palentina.
Termino de escribir estas líneas sin saber si serán un adiós o un hasta luego. Y lo hago mientras escucho ese griterío infantil que me recuerda a cuando los veranos duraban tres eternos meses. Un revuelo, almibarado por el calor, que ayuda a que afloren sensaciones que permanecen agarradas a las arrugas de la memoria y que sirven para recordar que, en nuestras vidas, las ausencias ocupan mucho más espacio que cualquier presencia.