Cuando equivocarse es un arte (o eso nos creemos)
Martín Luna vuelve a repasar los mejores gazapos al micrófono en 'Historias de los de la radio'
Historias de la radio (13): Gazapos radiofónicos (II)
Valladolid
El que esté libre de culpa que tire la primera piedra, dicen las Sagradas Escrituras. Luego llegaron los Monty Python y le dieron una vuelta a la frase en una de las muchas escenas para la historia de la comedia que hay en la película 'La vida de Brian', la de la lapidación, en concreto. Así que, antes de que vayan a comprar una barba y agarrar una roca para lanzarla con saña, piensen que todos, cada día, cometemos uno o varios errores. Luego están las frases hechas, los refranes, lo dichos, como el que dice "quien mucho habla, mucho yerra". Y en la radio resulta que nos pasamos una buena parte de la jornada laboral haciendo exactamente eso. Hablar. Mucho. A veces, seguramente demasiado. Así que las posibilidades de meter la pata se disparan. Y con este alegato ya dispuesto, entenderán que haya momentos en los que lleguemos a estar orgullosos de nuestros gazapos. Por cierto, ¿por qué a un error se le llama gazapo?
Hemos buscado entre los mayores expertos en lingüística, filología y semiología. Y como no hemos encontrado a ninguno, hemos llamado a Martín Luna que también ha hecho de articular palabras delante de un micrófono su 'modus vivendi'. Lo que pasa es que a él, cuando le escuchan, la gente se ríe mientras que nosotros, los que contamos la actualidad, despertamos, sobre todo de un tiempo a esta parte, otros sentimientos. En esta nueva entrega de 'Historia de los de la radio', el espacio en el que, cada semana, estamos contando la historia de este medio desde otro punto de vista, vamos a decir, paralelo -sin doble sentido, o sí-, nos hemos ocupado de las equivocaciones, disparates y similares que se han podido escuchar a lo largo y ancho de los 100 años de la radio en España y de los 90 que ha cumplido Radio Valladolid.
El muestrario, como se pueden imaginar, es lo suficientemente amplio como para satisfacer los paladares más exigentes. Los de aquellos que disfrutan viendo como alguien decide, ante la inmediación de un jardín, no sólo acercarse a él, si no directamente entrar hasta el final y perderse en lo más frondoso. Luego están los que se regocijan cuando has entrado tanto que ya no sabes encontrar la salida. Esos, por si acaso, que no cojan piedras. Nunca se sabe quién va a gritar: "¡Jehová!".
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Mario Alejandre
Cuenta lo que pasa en Valladolid y en Castilla...