Ribadelago abre las puertas del Museo de la Memoria
La localidad sanabresa ya dispone de un lugar en el que honrar a las víctimas de la tragedia de Vega de Tera
Ribadelago abre las puertas del museo de su memoria
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Este miércoles se ha inaugurado el Museo de la Memoria de Ribadelago, un lugar en el cual honrar al más de centenar de víctimas de la Tragedia provocada por la rotura de la presa de Vega de Tera en 1959.
Con la presencia del vicepresidente de la Diputación Provincial, Víctor López de la Parte, y del alcalde de Galende, José Manuel Chimeno, se han abierto las puertas de esta instalación con la que impedir que lo ocurrido aquel 9 de enero caiga en el olvido.
Aunque la inauguración era a las 12:30 de este miércoles, ya desde casi una hora antes decenas de personas se agolpaban ante su puerta esperando que llegase el momento. Y es que ha tenido que pasar mucho tiempo, ha tenido que pasar prácticamente una vida, 65 años y medio desde aquella aciaga madrugada fría de enero de 1959, para que al fin se haga justicia, al menos en una pequeña parte, a un pueblo que no se rindió, que decidió que el agua que se llevó por delante la mitad de las casas y que acabó con la vida de 144 vecinos y familiares, no iba a caer en el olvido.
El Museo de la Memoria de Ribadelago lo acoge finalmente el antiguo edificio del Ayuntamiento, aunque aún le falta el paso definitivo: la musealización, que el Ayuntamiento de Galende y la Diputación de Zamora deben concretar porque hay varios proyectos en proceso, tal y como nos contaba José Manuel Chimeno.
Dentro de ese edificio, se almacenan los recuerdos de todas las familias que perdieron la vida, trozos de ese pueblo arrasado que, sin embargo, a escaso medio kilómetro del nuevo Ribadelago, si se sigue la carretera que hay frente al Museo, parece querer resurgir, el viejo Ribadelago, que volvió también a tener vida.
Aquel 9 de enero de hace 65 años la presa de Vega de Tera, ubicada a 8 kilómetros montaña arriba, no pudo soportar las intensas lluvias de los días anteriores, su capacidad estaba al límite y gran parte del muro, que contenía deficiencias estructurales y que fue construido deprisa y corriendo con materiales de dudosa calidad, cedió.
Era medianoche, muchos vecinos dormían… los que tuvieron la suerte de despertar contaron con escasos minutos para ponerse a salvo en los tejados de las casas o en el campanario de la iglesia, en la parte más alta del pueblo, mientras, atónitos, veían ante sus ojos como casi 8 millones de metros cúbicos de agua se llevaban todo ladera abajo, todo lo que un día fue su hogar.
Esto supuso un traspiés para la política de Franco, para su política de construcción de pantanos, que por su rapidez parecía eficaz, pero que falló en este caso, dejando aquí un reguero de desolación, una herida que para los supervivientes que aún viven sigue abierta.
Para intentar enmendar la situación, en apenas cuatro años se construyó esta otra localidad en la que ahora me encuentro: Ribadelago Nuevo, rebautizado tras llamarse durante los años de la dictadura "Ribadelago de Franco".
Un proyecto urbanístico para el sur de España, con viviendas que más bien parecían apartamentos turísticos y que no encajaban en un entorno frío y dedicado casi exclusivamente a la ganadería como era Sanabria en aquel momento.
Estas fachadas blancas junto a una ladera umbría poco tenían que ver con la piedra y la pizarra de las casas sanabresas, y aunque el régimen lo vendió como un pueblo “alegre y vanguardista”, a los supervivientes de Ribadelago no les vendían la moto… si pretendían que ese fuera su nuevo hogar, estaban lejos de conseguirlo. Sumando las ayudas que llegaron, sensiblemente inferiores a lo esperado, y la creación de este proyecto artificial que era el nuevo Ribadelago, muchos decidieron emigrar a otros lugares y olvidarse del mayor trauma de sus vidas, pero es algo que no ocurre, porque la herida siempre seguirá abierta.
La historia de Ribadelago parecía apagarse, hasta que en 2009, con el 50 aniversario de la tragedia, las instituciones prometieron un museo que conmemorara a los fallecidos, que hiciera esa justicia de la que hablaba al principio, pero que la crisis económica y los cambios de planes de los políticos truncaron ante la lamentación de la Asociación Hijos de Ribadelago, cuyas reliquias han estado vagando de exposición en exposición para hacerse oír, ver y recordar, y que hoy por fin, 15 años después de esas promesas, descansarán en este Museo de la Memoria.
Cuando al fin llegó el momento de la inauguración, cientos de personas han paseado por sus pasillos: mayores que vivieron la tragedia y se mostraban emocionados al reconocerse a ellos mismos o a sus allegados en aquellas imágenes desoladoras en blanco y negro. También estaban allí sus descendientes, y veraneantes interesados en saber qué ocurrió. Porque esto sirve para esto para recordar, como un símbolo de memoria perpetua que ha costado 15 años de lucha y esfuerzo en llegar.