El turismo fue un gran invento
La Firma de Borja Barba
"El turismo fue un gran invento", la Firma de Borja Barba
Palencia
Hace casi sesenta años que Pedro Lazaga decidió enviar a Benito Requejo, alcalde de Valdemorillo del Moncayo, y a su secretario Basilio a Torremolinos. Su misión, tratar de copiar el modelo que había llevado a la pujante localidad costasoleña a convertirse en el destino turístico deseado por media Europa. La idea era tomar apuntes para extrapolar el caso del paradigma del desarrollismo turístico español de los sesenta a su carpetovetónico pueblo aragonés y evitar así una migración campo-ciudad que, por aquel entonces, ya se percibía como inevitable.
Las peripecias de Paco Martínez Soria y José Luis López Vázquez, rodeados de rubísimas suecas en biquini y tratando de adquirir conocimientos para conseguir atraer turismo a su intrascendente Valdemorillo, no pasarían hoy de chiste zafio y retrato grosero de la España rural. Pero, sacudida la lógica caspa de la época, subyace en la película de Lazaga un mensaje con plena vigencia en la actualidad: la España interior y rural, como la que Palencia representa, necesita aprender a gestionar el flujo turístico que circula por la península y sacar todo lo que pueda de él, sin comprometer ni prostituir su entorno ni su esencia.
La provincia de Palencia parece aún lejos de esa masificación turística que sí contamina otros territorios nacionales. Pero los palentinos no somos del todo ajenos a esa corriente turismofóbica en la que el visitante es observado con recelo y con un ojo puesto en el pilón, por si hubiera que darle uso.
España es un país construido sobre una trama de afectos y de lazos interterritoriales. Es una amalgama de culturas, enriquecidas las unas a las otras gracias a un continuado intercambio con siglos de historia. Mal haríamos en reprochar al forastero su procedencia. Porque el gran mal que viene de la mano del turismo no es su carácter foráneo, sino, simple y llanamente, la mala educación. Quien aparca en su ciudad en una salida de garaje, dejará su coche sin preocupación en el acceso a cualquier camino de la Montaña Palentina, impidiendo el paso del ganadero. No es cuestión de de dónde se viene, sino de quién se es.
Benito Requejo y sus paisanos de Valdemorillo del Moncayo apenas podían ofrecer a sus anhelados visitantes las ruinas de un viejo castillo y cantidades ingentes de empalagosas frutas de Aragón. Recursos turísticos modestos pero, ante todo, suyos. Propios. Alejados de la triste homogeneidad cultural impuesta por esa globalización que hoy ha conseguido que el centro de Madrid y el de Estocolmo acaben ofreciendo los mismos e idénticos servicios. Impersonales e indistinguibles. Malo será el día en el que, en lugar de lechazo, menestra y amarguillos, pretendamos colar a nuestros visitantes hamburguesas de pulled-pork, ramen y donuts de colores. No sabrán si están en Palencia o en Manhattan.