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La arboleda de la Virgen de las Viñas

Espacio junto a Máximo López Vilaboa conociendo nuestro patrimonio

Máximo López Vilaboa recuerda la Alameda legendaria del parque de la Virgen de las Viñas

Máximo López Vilaboa recuerda la Alameda legendaria del parque de la Virgen de las Viñas

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Aranda de Duero

Para todo arandino uno de sus lugares más queridos es el Paseo de la Virgen de las Viñas. Espacio natural inigualable, para disfrute de pequeños y mayores, es bello envoltorio vegetal de la ermita de Nuestra Señora de las Viñas, también testigo privilegiado de algunos de los actos festivos de mayor raigambre en nuestra villa. El actual Paseo fue hasta 1843 el trazado del Camino Real que unía Madrid con Francia. Este es el motivo por el que el paseo, incluso en la actualidad, conserve esa peculiar estructura alargada. En febrero de 1843, la Dirección general de Caminos, Canales y Puertos publicaba el anuncio sobre el desvío del camino, a partir de aquel momento coincidiría desde la plaza Arco Isilla hasta la ermita con el trazado de lo que luego será la N-I, por la avenida San Francisco. Hasta entonces el camino que comunicaba Aranda con Burgos transcurría a partir del Arco Isilla por la calle San Antonio, Fuenteminaya y, tras dejar a un lado el Humilladero, por el actual Paseo hasta el Santuario. En el plano que elabora en 1849 el comandante Juan de Dios Sevilla tras el reconocimiento militar de Aranda y sus inmediaciones, la prolongación de lo que es ahora el Paseo de la Virgen aparece denominada como “Camino viejo”, paralelo al nuevo trazado de la carretera en el que se indica “A Burgos, 14 leguas”.

Por su condición de Camino Real, a lo largo de los siglos han pasado por esta ruta las más importantes personalidades de la época. Aquel primer desvío de la carretera hizo que lo que es ahora el Paseo de la Virgen de las Viñas comenzara a ser más nuestro con carácter exclusivo. La arboleda de la Virgen de las Viñas ya formará parte del patrimonio sentimental de los arandinos y así se reflejará en su cancionero popular, como cuando se evoca el entorno de las distintas ermitas: “San Pedro en una ladera / San Isidro está en un llano, / San Pedro en una ladera / y la Virgen de las Viñas / en medio de su arboleda”. En otra canción popular se habla del camino habitual de los arandinos hacia el Santuario: “Los arandinos, por la Arboleda, / suben la Cuesta del Costaján, / hacia la Ermita, donde la Virgen / puso en Aranda su trono y su altar”. En otra canción se evoca la Arboleda como lugar de encuentro, de alegría y para recobrar el amor perdido: “Vuelve a cantar, / canta, vida mía, / cantando se van las penas / y vuelven las alegrías. // Vuelve el amor / por la arboleda / a la Virgen de las Viñas / vuela, vuela cantinela”.

Camilo José Cela, en su obra “Judíos, moros y cristianos” (1956), alude al entorno en sombra de la ermita cuando señala que la Virgen de las Viñas se encuentra “en paisaje umbrío”. El pregonero de las fiestas de Aranda de 2023, Guillermo Galván, en su novela histórico-policiaca “La Virgen de los Huesos” (2020) sitúa una de las escenas en el Albergue de Turismo, aludiendo que está cercano al Santuario de la Virgen de las Viñas: “Treinta metros más allá, como antesala de un bosquecillo de olmos, se alza un edificio de notables dimensiones, la sede de la patrona arandina”.

Juan Abad Barrasús, autor de la letra del Himno de Aranda, escribió hacia 1955 una obra de teatro con música dedicada a la Virgen de las Viñas. La Estampa Primera lleva por título “La ocultación de la Imagen en el Monte de Costaján” y comienza con la descripción de cómo debe configurarse el espacio escénico, evocará la arboleda de la Virgen: “Bosque de Costaján. Atardecer suave de otoño. Al fondo espesa arboleda. Más adelante un hermoso cuadro de muelle hierba escoltado por árboles en altiva columnata. En primer término, recostados en la hierba, Fernando y Lucinda”.

La diaria peregrinación de hombres y mujeres de Aranda a la Virgen de las Viñas ha ido construyendo generación tras generación el propio Paseo y la necesidad de cuidarlo con mimo. Al igual que cada época ha dejado su huella artística en el Santuario, su camino constituye una obra de arte natural en sí mismo, que se ha ido amoldando a los gustos y necesidades de cada época. Desde la Antigüedad se han buscado lugares en alto que inspirasen una mayor cercanía a la Divinidad. El cristianismo acogerá como propios estos antiguos emplazamientos.

Cuidado

El esmerado cuidado por parte de las autoridades del paseo de la Virgen de las Viñas queda acreditado desde tiempos muy antiguos. A finales del siglo XVI el corregidor Diego de Sandoval dio un impulso a la repoblación de los montes y del arbolado de las riberas de Aranda, incluso “puso un guarda especial para prender a los que hiciesen daño en las salcedas”. El obispo Silverio Velasco nos cuenta lo siguiente sobre estos años finales del siglo XVI y la actuación de dicho corregidor: “No contento con esto, y viendo que el camino de la Virgen de las Viñas no tenía la frondosidad que debía, dio orden al Mayordomo de la ermita, para que lo repoblase, autorizándole a este efecto para traer del monte Costaján cuantos enebros necesitara. Con lo cual y la sustitución del puente de madera que había entre la fuente Minaya y el molino del Licenciado Quemada por otro de piedra, recibió un nuevo atractivo el referido camino de la Virgen de las Viñas, que ya entonces era muy frecuentado”.

A lo largo del paseo hay catorce cruces de piedra que se corresponden con las estaciones del Vía Crucis. El origen de éstas lo encontramos en un arandino llamado Pablo Esteban, nacido en 1701. Fue teniente coronel del Regimiento de Caballería de Dragones de la Reina y pagó de su bolsillo la sustitución de las cruces de madera por otras de piedra. La mañana del Viernes Santo sigue siendo tradición un multitudinario Vía Crucis penitencial en el Paseo de la Virgen de las Viñas, rezándose ante estas cruces.

Aniceto de la Cruz publica en 1795 su “Historia de la milagrosa imagen de Nuestra Señora de las Viñas”, en la que recoge las tradiciones sobre la devoción a la patrona de Aranda. Destaca que el entorno de la ermita está tan bien cuidado como signo de amor y devoción hacia la Virgen de las Viñas, y así indica lo siguiente: “Celosos en fin de contribuir los arandinos al obsequio de nuestra Señora aun en lo más mínimo, y deseosos de mostrar hasta en lo exterior del sitio la hermosura y grandeza que se merece, han contribuido gustosos a adornarle sobre los edificios y pinturas últimamente ejecutadas, con calzadas y antepechos bien construidos, con una fuente, con un ameno bosque en su recinto y, sobre todo, con una alameda que se extiende hasta cerca del pueblo, y se compone de árboles muy frondosos y corpulentos, que ofrecen en el tránsito mucha conveniencia y recreación a los concurrentes devotos que frecuentemente asisten a visitar, alabar y honrar a tan milagrosa Señora”.

Poda y 'requileo'

Esta alusión de Aniceto de la Cruz puede hacer referencia a que entre 1790 y 1791 se había abordado la poda y “requileo” de la alameda de la Virgen de las Viñas. El plan era “regular y desbrozar sus árboles para dejarles de modo que puedan conservarse en la mayor robustez y hermosura”. Hermosa debía ser esta arboleda cuando las tropas de Napoleón la eligieron para acampar cuando se disponían a huir de España en 1813. El padre Janáriz nos narra la historia sobre un intento de saqueo de la ermita en aquel momento en que concluía la invasión: “Antes, empero, de abandonar Aranda, intentaron robar las preseas y alhajas de la Virgen de las Viñas. Acampados se hallaban ya en la alameda del santuario, y ya habían comenzado a franquear las puertas de la ermita, cuando valientes arandinos, enardecidos por el amor a su Reina, arremetiendo denodados contra los franceses, lograron rechazar tan infame agresión y salvar así el honor de su adorable Patrona”.

El nombre de “Alameda” que se da al camino a la Virgen de las Viñas no es por referirse a que sean álamos los árboles que lo bordean. Es común que se conozca como alameda cualquier paseo o alineación de árboles que den sombra, al margen de la especie. También se da esta denominación a la avenida ancha y arbolada, también conocida en muchos países hispanohablantes como bulevar. Alameda también la denomina Pascual Madoz. En su imprescindible “Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar”, nos da una completa visión de cada población de nuestro país entre los años 1845 y 1850. Cuando habla de Aranda también se acuerda del Paseo cuando señala lo siguiente: “El camino de la Virgen de las Viñas forma una buena alameda de antiguos olmos, si bien van quedando bastante claros por falta de cuidado en su reposición. Al fin de esta alameda y a las inmediaciones de la ermita ya citada, hay un pequeño soto con árboles de dicha especie, siendo un punto bastante concurrido”.

Esteban Calleja de Pablo publicó en 1896 otra Historia de la Virgen de las Viñas, donde recopilaba muchas de las tradiciones en torno a la Patrona de Aranda, y reflexionaba sobre cuestiones diversas, como la propia observación del Paseo que conduce a la ermita. Nos describe con gran detalle todas sus flores y critica la falta de cuidado que sufre el mismo: “En tiempo de verano todo aquel terreno es hermoso y atractivo. Al pie de la Fuente de la Virgen, con dos caños de agua cristalina y pura, que corre bulliciosamente medio oculta entre una gran porción de plantas olorosas y saludables, se extiende una alameda de olmos tan altos, que cuando agita el viento sus ramas, sus copas se unen y forman una inmensa bóveda de verdura. El terreno sobre el cual flotan los árboles está cubierto de una yerba espesa y fina, entre la que nacen tantas margaritas blancas, azules y encarnadas, que asemejan a una lluvia de flores esparcidas por manos de ángeles, y produce el efecto de un tapiz bordado de esas mil florecillas, cuyos poéticos nombres ignora la ciencia, y sólo podrían decirlo los infantiles niños y niñas que en las tardes de mayo las cogen para adornar un altar de María. Allí florece la amapola con sus cuatro hojas purpúreas y descompuestas; las margaritas, cuyos pétalos arrancan de uno en uno los niños, que semejan copos de nieve; la estrella de cinco rayos; la violeta anunciando su existencia por un delicado perfume; el tomillo con el fragante aroma; y si además de esto vemos el céfiro que agradable besa las florecillas y las pequeñas yerbas, parece aquello un mar verde agitado por pequeñas olas. En medio de aquella alameda de follaje existe un jardín bellísimo en sus primeros días, mas ahora bastante destrozado por la mano vandálica de las pasiones políticas que tanto reinan en esta villa y que ha de ser la ruina de su prosperidad y engrandecimiento”.

 

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