Opinión

Tiempo de berrea

La Firma de Borja Barba

Tiempo de berrea

Palencia

Se dibuja el ocaso y enfilo el camino de retorno hacia Valcobero. Mis pasos me han llevado a adentrarme a pie en la Sierra del Brezo, pasando por el Cristo Sierra y las alturas desde las que se domina lo que hoy queda de Valsurbio. Es una de estas tardes frescas, pero no frías, de finales de septiembre. Los últimos lengüetazos dorados del sol centellean entre un cielo cada vez más encapotado y el paso, inconscientemente, se acelera.

Me acompañan en el camino los roncos bramidos de los venados en lo profundo del bosque. La Naturaleza tiene sus propios ritmos y las primeras lluvias del otoño y las tardes recortadas anuncian que es tiempo de berrea, esa espectacular demostración de fuerza y masculinidad que marca el ciclo biológico de esta especie, al tiempo que nos recuerda que el escenario que pisamos no es de cartón-piedra. Que es más salvaje incluso que aquel de alcohol, drogas y groupies desinhibidas al que le cantaba Lou Reed.

“El ser humano es solo una pequeña, mínima parte de la Naturaleza. Y es, precisamente, la que menos me divierte”. La cita no es mía. Es del brillante poeta inglés Edward Thomas, extraída de su obra ‘La vida en los bosques’. Y aunque fue escrita a finales del siglo XIX, la frase de Thomas me viene a la cabeza al tiempo que me interno en el caserío de Valcobero y paso frente a ‘La Benina´ y su pintoresca techumbre de colmos de centeno. Pierdo la fe en la raza humana mientras trato de recordar todos los coches que me he cruzado circulando a una velocidad muy superior a la que deberían de circular por estos caminos de montaña. O las latas de cerveza que he recogido del merendero del Cristo Sierra, depositadas allí sin duda por alguien que debía de tener el maletero de su coche demasiado lleno como para llevárselas consigo. O incluso ese coche al que veo desde lejos apuntar con un foco de largo alcance hacia un macho que agita imponentes cuernas entre las escobas. No son casos aislados. Esta vez no. Son actitudes repetidas año tras año por estas épocas y que se alejan mucho del comportamiento que se debería de mantener en un entorno natural de plena actividad animal: pasar lo más desapercibido posible.

No cabe ninguna duda acerca del innegable atractivo que supone para el visitante el espectáculo de la berrea. Y tampoco conviene perder de vista que el acceso al medio natural no solo no debe de ser restringido, sino que debería de ser facilitado y potenciado en aras de una educación ambiental más que necesaria en esta sociedad actual. Sin embargo, no basta con recorrer los lugares. Los lugares, como dice Irene Vallejo, hay que sentirlos y hay que pensarlos. Solo así puede uno aprender a respetarlos. A quererlos. Y a hacerlos así un poco más suyos.