Opinión

¡Cuidado con el banzo!

La Firma de Borja Barba

¡Cuidado con el banzo!

¡Cuidado con el banzo!

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Palencia

La anécdota me ocurrió hace ya bastantes años. Los suficientes para no recordar nombres ni apenas caras. Fue lejos de Palencia, lejos incluso de España. En uno de esos lugares hostiles en los que uno, de naturaleza casera y terruñera, se afana en buscar cualquier oasis que le inspire confianza y cercanía. Salíamos ambos, desconocidos pero obligados a entendernos por una mera cuestión laboral, de una estación de metro. Envueltos en un trajín incesante que a mí me hacía sentir aún más extraño y rodeados por decenas de conversaciones ininteligibles. Al subir las escaleras apresurado sufrí un pequeño tropezón. Un leve traspié más escandaloso que lesivo. Y fue entonces cuando mi compañero de faena pronunció el conjuro con la convicción propia de un alumno aventajado de Hogwarts: “¡cuidado con el banzo!”.

Llamar “banzo” a lo que cualquier otro compatriota no palentino hubiese llamado escalón actuó en mi cabeza como un geolocalizador verbal. Le miré esbozando esa media sonrisa liberadora del que ha avistado tierra firme tras una azarosa travesía oceánica. “¿Tú eres de Palencia, verdad?”

De pronto, pasamos de ser dos personajes de apariencia inmiscible, recién presentados y con ganas de acabar y perdernos de vista para siempre, a estar hermanados de manera férrea por el lenguaje y por nuestro lugar de procedencia. Con una complicidad surgida de manera natural. Como Bob Harris y Charlotte en ‘Lost in translation’ contándose confidencias a voz en grito entre la marabunta de Shibuya. Unidos por un lenguaje que no compartíamos con nadie más. Ni siquiera con los que hablaban nuestro mismo idioma.

El lenguaje posibilita la comunicación entre personas y es la base de las relaciones sociales. Pero mucho más allá de esa concepción utilitarista del idioma, el léxico propio de un lugar encierra un extraordinario valor cultural. Las palabras trasmiten conocimientos a lo largo de los siglos y son la llave del cofre de valiosos tesoros antropológicos. Sobre las palabras se construye y se modela una identidad propia. Porque no es lo mismo estar abstraído que estar aberado. O andar pachucho y cultivando una gripe que estar con andancio. Conocer, y practicar, las peculiaridades lingüísticas de nuestra provincia nos hace más cultos y, sobre todo, más libres. Más nosotros mismos. Les animo a hacerlo. A despojarse de estúpidas atadura para evitar perder algo que es genuinamente nuestro.

Umberto Eco advirtió de que uno de los grandes peligros que conllevaba la globalización extrema era el de la tendencia natural al desarrollo de una macrolengua común entre las distintas naciones y culturas. Una homogeneización cultural que llevaría a la progresiva desaparición de las lenguas más minoritarias y recónditas en beneficio de las más extendidas y que ya hemos empezado a sufrir bajo el tsunami de los anglicismos.

No dejen de sacar lustre con la rodea a nuestro vocabulario palentino. Atropen de una vez todos esos alamares que tienen desperdigados por la panera. Decídanse a pinarse ante las injusticias y dense de vez en cuando el gustazo de volver a sentirse un chiguito.

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