La demolición del pasado minero
La Firma de Borja Barba
La demolición del pasado minero
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Palencia
Leía días atrás la confirmación de la esperada noticia acerca del futuro inmediato de las antiguas instalaciones de la minera Antracitas de Besande, en Velilla del Río Carrión. El antiguo cargadero ubicado en Valdehaya, muy próximo al límite provincial con la vecina León, será demolido íntegramente, y posteriormente desescombrado, con una inversión total de doscientos cuarenta y cinco mil euros, procedentes de los Fondos Europeos de Transición Justa.
Y, como dos noticias juntas se entienden mejor, quiso ese mismo día el destino, que a veces se comporta como un niño caprichoso y malcriado, depositar en mi bandeja de entrada el anuncio de la inminente declaración como Bien de Interés Cultural con categoría de Conjunto Etnológico, del complejo minero industrial de La Recuelga, en la localidad berciana de Páramo del Sil.
Suturando los desgarrones de nuestro pasado y aplicando una minuciosa cirugía estética sobre sus cicatrices que invite al visitante a creerse que aquí no ha pasado nada, los todavía frecuentes vestigios del pasado minero del norte palentino parecen abocados a su desaparición. Una especie de ´solución final´ en la que lavaderos, cargaderos y bocaminas acabarán aniquilados, con honrosas excepciones, en nombre de un futuro inmediato que resulta peligrosamente intolerante con todo lo que huela a patrimonio industrial.
‘El pasado nunca se muere. Ni siquiera es pasado’. La reflexión pertenece al Nobel de Literatura William Faulkner y hace precisamente hincapié en la permanente e inquebrantable conexión que une al presente con el pasado. Las ruinas de Antracitas de Besande, que emergen en estos sus últimos días como una anomalía entre la melancólica y crepitante hojarasca de los hayedos otoñales, no son sino el resultado de la interacción durante décadas de quienes habitaron y dieron vida a estas tierras del noroeste de la provincia con el medio natural que las modela y define. Son el recuerdo de lo que fue sustento de decenas de familias a uno y otro lado de la collada durante el pasado siglo XX. Y creo que, como el indultado y reconocido patrimonio de la minería berciana, merecían otro final.
Nuestra cuenca minera, reseñada ya por el historiador Ricardo Becerro de Bengoa a mediados del siglo XVIII, parece ahora repudiada por una corriente que parece pretender devolver la antracita y la hulla a las galerías de las que fueron extraídas. Como si aquí nada hubiese pasado. Como si se pretendiese borrar de la memoria colectiva la sangrienta huelga revolucionaria del 34. O el tren de La Robla y su productivo vaivén hacia la siderurgia vizcaína. O la estocada final de UMINSA. Queriendo borrar la memoria y disolver el recuerdo. Porque, realmente, nada es como es, sino como lo recordamos.