Piedras con alma
La Firma de Borja Barba
Piedras con alma
Palencia
“Los custodios que abren las iglesias han humanizado el románico palentino”. Así se pronunciaba, entrevistada meses atrás, mi admirada Cristina Párbole, historiadora y guía espiritual del arte románico en nuestra provincia. Poniendo merecida trascendencia al trabajo desinteresado y entregado de aquellas personas encargadas de abrir, cuidar y salvaguardar la esencia de la multitud de templos rurales desperdigados a lo largo y ancho de toda la geografía palentina. Y quiero resaltar especialmente, en las palabras de Cristina, el uso del término “humanizar”.
Me llevaron días atrás mis pasos y mis inquietudes hasta la imponente Santa María la Blanca, iglesia-fortaleza en la localidad de Villasirga que se yergue como un monumental faro para peregrinos en mitad de Tierra de Campos. Como un farallón emergiendo en un océano de cultivos. La que fuese en tiempos refugio templario y cobijo de fieles en su peregrinaje hacia los Santos Lugares compostelanos, recibe al visitante irradiando una energía extraordinaria.
Una energía que emana no solo de su colosal arquitectura o de las leyendas surgidas alrededor de la Orden del Temple, fundadora de importante encomienda en estas tierras. La energía de Santa María la Blanca es la energía de sus fieles. De sus vecinos. De quienes la custodian. De quienes guardan su llave de hierro forjado en un cajón junto a las llaves de su propia casa.
Entre la inmensidad de sus altísimas naves, e iluminada tenuemente por la luz que se filtra desde el característico rosetón, se sienta Rosa, vecina de Villasirga y asidua al templo. Junto a ella, apoyado en el banco, reposa su inseparable bastón. Rosa encuentra su paz entre estos muros fortificados. Sin detenerse a pensar en la historia que encierran. Sin reparar en los sepulcros policromados. Y probablemente sin comprender del todo el galaico-portugués en el que Alfonso X El Sabio cantaba los milagros aquí acontecidos en las Cantigas de Santa María.
Rosa, como Mariché, que es quien me abre los portones de la iglesia, trascienden con su sola presencia los tecnicismos artísticos de las arquivoltas, los canecillos y las impostas, que pueden ser tan fríos para el visitante como las piedras que les dan forma. Rosa, Mariché, y el resto de vecinos de Villasirga, prestan su sangre, su corazón, su respiración y hasta sus particulares vivencias a Santa María la Blanca. Como antes lo hicieron Johanni, Luce, Roderico y todos los freires templarios que la custodiaron. Humanizándola. Dando vida a sus piedras. Porque el alma a la más bella construcción se la prestan las personas que viven en ella y dan sentido a la razón por la que fue edificada.