Opinión

Luces de Navidad

La Firma de Borja Barba

Luces de Navidad

Palencia

Nunca me han llamado la atención las luces, sino más bien la ausencia de las mismas. Nada me inspira tanta paz y tanta calma como una cálida y tenue bombilla alumbrando una ventana desde su interior en la oscura noche invernal de un pequeño pueblo. Discreta y tímida. Entremezclada con la niebla y el humo de las chimeneas. Como si nadie debiera de percatarse de su presencia en mitad de la noche. Quizá por eso, cuestión de personalidad, me resulta tan abrumadora toda esta vorágine luminiscente con la que, desde hace unos años y tecnología LED mediante, nos ha dado por recibir la Navidad. Como si quisiéramos contradecir a la naturaleza y combatir las tinieblas invernales con una cascada de vatios.

El ser humano tiene tendencia a ir hacia la luz. Como una polilla atraída por una bombilla en la oscuridad. O, por ser más fieles aún en la comparación, como un conejillo cegado por los focos del coche en la noche de una carretera secundaria. Dicen los que entienden de mercadotecnia que las grandes cadenas de ropa low-cost tienden a iluminar sus comercios con una luz fría y potente para llamar la atención y atraer al comprador y, una vez dentro, despacharlo con prontitud.

En ocasiones, la Navidad moderna no es más que un mastodóntico cono con luces. A ser posible, más grande y más luminoso que el del pueblo vecino. Porque, ya se sabe, la política es, fundamentalmente, una cuestión de marketing y una competición despiadada con meta en las urnas. Un permanente sálvese quien pueda en el que ni en las fechas señaladas en todos los calendarios de occidente puede uno permitirse un despiste o una relajación en sus funciones. Una batalla en la que hasta la fecha escogida para el encendido del alumbrado es motivo de polémica.

Seguiré sin participar de la fascinación colectiva por la borrachera de luces navideñas en las calles de nuestros pueblos y ciudades. Mi Navidad se parece más a la que retrató Dickens o a la de aquella entrañable Plaza Mayor madrileña en la que sufría Pepe Isbert, que a la de Kevin McCallister o a la de Abel Caballero. Está más cerca de la de Shane MacGowan que la de Frank Sinatra. Sean creyentes o no, la verdadera Navidad transcurre sin estridencias. Compartiendo momentos familiares que en algún momento tendremos que echar de menos. Escuchando la enésima batallita de la abuela. O amoldándose con comprensivo cariño a unas costumbres paternas a las que ya no estamos sujetos. Hogareñamente alumbrados por una cálida y tenue bombilla en la oscura noche invernal.