Las simientes de Emilio
La Firma de Borja Barba

Palencia
La Bóveda Global de Semillas de Svalbard, al norte de Noruega, es un almacén subterráneo de más mil metros cuadrados en el que se custodian, supuestamente a salvo de cualquier catástrofe que pudiese asolar a la Humanidad, las simientes de más de un millón de especies vegetales de todo el planeta. Esta especie de Arca de Noé de la botánica se ideó hace un par de décadas con la intención de asegurar la supervivencia vegetal frente al cambio climático, las catástrofes naturales o los conflictos bélicos a escala mundial. Un concepto un tanto distópico que uno no ha podido evitar rememorar con la creciente tensión bélica en Europa y con esos kits de supervivencia para parvularios recomendados desde la Comisión Europea.
Cultivar el huerto es una cadena de cuidados y atenciones. Un compendio no regulado de pactos tácitos, y de gran carga consuetudinaria, entre la tierra y el ser humano. Plantar la simiente y esperar el fruto exige conocimientos, técnica para aplicarlos, condiciones ambientales y paciencia. Carretillas y carretillas de paciencia.
Con el final del invierno el ciclo se reinicia. O, como dice mi amigo Emilio Medina, por San José la semilla ya pide tierra. Emilio no responde a la imagen que alguien se espera de un hortelano. Emilio es un joven de veintitantos años con unas inquietudes impropias de alguien de su edad. Emilio cultiva, por mera afición y por una cierta sensación de responsabilidad con su entorno, una pequeña huerta de secano en Villasirga. En La Mielga produce tomates, ajos, patatas o lechugas. Y, en torno a La Mielga, Emilio gestiona un banco de semillas históricas que preserva e intercambia con otros horticultores. Como en una pequeña sucursal de la Bóveda Global de Svalbard. Sin permafrost pero con una cubierta de paja para conservar la humedad de la tierra. Gracias a su labor, Emilio ha llegado a sembrar hasta quinientas especies distintas de tomate, recuperando algunas simientes que creíamos ya perdidas.
Recordándonos que el concepto de ecológico y esa dichosa etiqueta ECO que encarece nuestra cesta de la compra cuando asoma por el lineal del supermercado ya existían en nuestros pequeños huertos mucho antes de ser inventados, Emilio Medina hace buena esa máxima de que lo pequeño es hermoso. Y nos recuerda que no hace falta abrazar grandes causas para mejorar el mundo. Él lo hace desde los surcos de la Mielga. Quitándose importancia y ejerciendo una castellanísima modestia. Sumando mucho más por la biodiversidad, por la lucha contra el cambio climático y por la soberanía alimentaria que cien zoquetes de manos tersas lanzando proclamas al viento.




