Tiene huevos
La Firma de Borja Barba

Palencia
Yo puedo entender que esto que les voy a contar les suene un poco a chufla. Que al lado del precio de la vivienda, del soterramiento, de la peatonalización de calles céntricas y del resto de problemas del primer mundo que acontecen en el ámbito urbano no les merezca excesiva atención, pero mi vecino Eduardo me ha traído una docena de huevos de sus gallinas. Y no saben cuánto valoro yo estos pequeños detalles rurales de buena vecindad.
Eduardo tiene, en un coqueto corral en el patio trasero de su casa, docena y media de felices gallinas. Picotean despreocupadas al tímido sol de abril. Un insecto que corretea, el tronco verde de una lechuga o incluso una cáscara de los mejillones que se comieron anoche en casa, todo un superalimento para las ponedoras. Los buenos días, se llegan a recoger hasta seis u ocho huevos. Y cuando a Eduardo se le acumulan, los reparte entre sus allegados como quien menudea con cualquier tipo de sustancia psicotrópica o como una abuela dando la propina a hurtadillas, que me río yo de esos ‘huevos ecológicos de gallinas felices’ a cinco euros la docena.
El caso es que Eduardo, y como él todos aquellos que se entretienen cuidando un puñado de gallinas en su casa, anda revuelto estas últimas semanas. Tras una moratoria de cuatro años, la entrada en vigor del Real Decreto 637/2021, por el que se establecen las normas básicas de las granjas avícolas, ha pillado a traspié a los avicultores domésticos de autoconsumo, habituados a cuidar de sus animales como les enseñaron sus padres y no como les dicte un papel. En el gallinero y no en una oficina, con un veterinario de cabecera asignado a cada ponedora.
Con ese peligro latente de la gripe aviar que ha llevado al encarecimiento de los huevos en el mercado en más de un 25%, la imposición de normativas restrictivas parece una vez más la herramienta idónea de la administración para depositar responsabilidades en el ciudadano. Se trata además de una macedonia de normas que en muchos casos entran en colisión directa las unas con las otras, ante la estupefacción del obligado. Tratándose de ínfimas poblaciones de gallináceas y que jamás entrarán en contacto con otros ejemplares, es una solución que tiene más de exculpatorio y de ‘yoyalodije’ que de funcional.
La práctica ancestral del autoconsumo juega un papel importantísimo en la idiosincrasia del estilo de vida rural. Más allá incluso, la cría a ínfima escala doméstica de gallinas ponedoras, como la del gocho o la de conejos, forma parte de esa cultura de la autarquía y la autosuficiencia propia del que se ve en la situación de vivir aislado y excluido de todos los medios de vida o servicios que procura la gran urbe. Demasiadas cosas tiene Eduardo de las que preocuparse como para tener que estar pendiente de la terrible amenaza que acecha agazapada entre la minúscula letra del BOE.




