La tarde en la que fuimos nuestros bisabuelos
La Firma de Borja Barba

La tarde en la que fuimos nuestros bisabuelos
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Palencia
Era un lunes bastante lunes, para qué nos vamos a engañar. Y, de pronto, sobrevino un giro de guion absolutamente inesperado. Un sobresalto que primero nos sorprendió en plena jornada laboral. Que después, con las noticias filtrándose por los resquicios que dejaba la caída del sistema de comunicaciones, nos llevó a compartir la incredulidad en los bares, que es el lugar al que acude cada español de bien cuando necesita rebajar su desasosiego. Y que, por último, nos hizo durante unas horas revivir dentro de una especie de recreación histórica de lo que debió de ser la vida cotidiana de nuestros bisabuelos. Acopio de velas, latas de conserva y acostarse con la caída del sol.
Eran las doce horas y treinta y tres minutos del lunes cuando el suministro eléctrico de la península ibérica colapsó repentinamente, dejando al país inmerso en una inquietante sensación de incertidumbre. Con la sombra acechante del ciberataque, con la creciente tensión belicista en Europa y con las sorrentinianas exequias papales aún en la retina, que siempre suman a la hora de aportar un aire conspiranoico al escenario, España retrocedió a aquellos tiempos en los que la vida se estructuraba en torno a la luz solar y en los que el teléfono no salía de casa, que es de donde nunca debió de salir, y no nos informaba de nada de lo que realmente no necesitábamos informarnos.
Me resulta sorprendente esa paradoja de la vulnerabilidad ante el progreso tecnológico. Uno cree que la especie humana avanza de la mano de sus invenciones hacia una existencia mejor, más cómoda y más sencilla. Pero resulta que lo que hace, sin percatarse de ello, es convertirse en dependiente de ese progreso tecnológico. De pronto, uno asume con naturalidad que el mandar mensajes a su entorno social de manera continuada para que sepan que uno está bien o el pagar la barra de pan con un trozo de plástico es parte del desarrollo social. Y lo hace sin reparar en que solo son síntomas de una fragilidad extrema.
Tengo la incómoda sensación de que entre informaciones interesadas, tertulianos multisectoriales de todo a cien y unas redes sociales absolutamente desbocadas, jamás conoceremos la verdad. Jamás llegaremos a saber con certeza el impacto negativo de las renovables. O la trascendencia del parón nuclear. Es chocante que en la era de la sobreinformación permitamos vivir tan desinformados. Yo ya tenía un arsenal de velas, linternas de todos los formatos, el huerto recién plantado, la trébede prendida y a Aimar Bretos tranquilizándome desde el viejo transistor. Pero, les confieso una cosa: un rato más sin suministro eléctrico y quizá me hubiese dado por ponerme a amasar pan o incluso cosas peores.




