La cultura después de Ramón Margareto
La Firma de Borja Barba
"La cultura después de Ramón Margareto", la Firma de Borja Barba
Palencia
Una vez leí, en relación con la legitimidad moral que tenemos para apenarnos profundamente por la muerte de una persona célebre a la que no nos une aparentemente nada, que lo que nos entristece no es la muerte en sí, sino la parte de nuestra propia vida que desaparece para siempre con esa muerte. Son nuestros recuerdos y nuestras vivencias asociadas a esa persona los que de pronto se quiebran de la mano del fallecido. Porque lo más duro de la muerte no es el momento en el que sucede. Ni los necesarios días de duelo. Lo más duro de la muerte es que es para siempre.
No tuve la suerte, más allá de la coincidencia en algún acto cultural, de poder conocer personalmente a Ramón Margareto, a quien me hubiese encantado poder hacer un sinfín de preguntas. Sin embargo, sí me he sentido muy unido a su obra, a su trabajo en un sector ingrato y despiadado y, de manera muy particular, a ese espíritu agitador del que siempre hizo gala y que tan necesario es en una provincia como la nuestra. Porque su figura trascenderá a su marcha y permanecerá anclada en la memoria colectiva palentina a través de su legado cultural. Un legado que no dudó en desparramar por la provincia, con continuos guiños a esa Palencia rural tantas veces ignorada y menospreciada.
Ramón Margareto fue una persona que, una buena noche de febrero de 2011, se sentó a cenar en la mesa de Javier Bardem, de Karra Elejalde y de Alberto Iglesias. Una persona que puso a Palencia en boca del sector cinematográfico español merced al Goya al Mejor Corto Documental recibido en 2011 por “Memorias de un cine de provincias”. Una persona referencial que con su conocimiento, su mirada panorámica y su inquietud artística consiguió que los focos alumbrasen a una ciudad demasiado acostumbrada a la penumbra cultural.
Dicen que cuando uno por fin cree haber descubierto que es dueño de un talento especial, su primer impulso es el del ansia de compartirlo con el mundo. Y a eso, presumo, fue a lo que se dedicó Ramón. A compartir con los palentinos su talento para crear y acercar la cultura a una tierra en la que cuesta mucho que la semilla germine. Y luchando contra esa corriente tan extendida en la actualidad en la que el ocio no se disfruta, sino que se consume con la voracidad con la que uno engulle comida basura.
Como él mismo afirmaba, Ramón Margareto se consideraba un hombre del Renacimiento, interesado por todas las bellas artes. Un artista polifacético al que Palencia, huérfana como una Casablanca sin Bogart, echará mucho de menos.