Peor que un dolor de muelas

La columna de Rafa Gallego: Peor que un dolor de muelas (27/06/2025)
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León
Todo el mundo me dice que no hay que sufrir dolor, que con los medicamentos actuales no es necesario tenerdolor bajo ninguna circunstancia. Y, sin embargo, el dolor está ahí. No digo siempre, pero sí a menudo y es verdad que, cuando aparece, inmediatamente te lanzas al botiquín para encontrar el remedio que lo combata. En el camino, la experiencia del dolor te habla de ti mismo, porque no podemos saber cómo es el dolor de los otros. ¿Cuántas veces te han dicho: “venga ya, que eso no duele nada”? O, por el contrario: “no sé cómo puedes aguantar ese dolor”.
Es lo que me interesa de este asunto, que la experiencia del dolor es tan íntima que no es exportable, que lo que me duele a mí y el modo en el que me duele es tan personal que no lo puedo compartir con nadie. Aunque tengamos el mismo problema en la misma muela, el modo en el que nos va a doler va a ser diferenteo, por lo menos, no vamos a poder saber si nos duele de la misma manera. El dolor físico es apasionante. Entiendo que haya personas con derivaciones masoquistas, porque el que controla el dolor se siente poderoso. De hecho, no hay mayor poder que el control del dolor. Pero eso quienes mejor lo saben son los sádicos, porque controlan el dolor de los otros y sienten ese poder sin necesidad de sufrir.
Ese juego de dolor vale también para el que llamamos espiritual o psicológico si la palabra espíritu te da un poco de miedo. El daño psicológico es menos lacerante tal vez, pero es peor que un dolor de muelas. Y hay quienes se creen con el derecho de controlar las emociones —y las decisiones— de los otros en un ejercicio de sadismo que podríamos llamar “sadismo líquido” por contraposición a un “sadismo sólido”, siguiendo la distinción que hace Bauman con relación al racismo. Ese sadismo que parece que no es, que está presente, pero parece no estarlo; ese hacer daño sin hacertermina siendo violencia o —mejor dicho— lo es desde el principio. Una violencia sorda, despreciable, que se ejerce, como el racismo, desde una supuesta situación de superioridad. Y me produce náuseas.
No sé por qué te cuento esto ahora que hace tan buentiempo y estamos de fiestas. Quizá porque lo vi ayer por la mañana en una conversación y todavía tengo en la boca la repugnancia.




