Postales de Palencia: La del balcón de la Benita
Borja Barba nos acerca a la historia de Benita

Postales de Palencia: La del balcón de la Benita
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Palencia
Benita ya ha cumplido los noventa y su principal entretenimiento es salir al balcón de su casa y ver la vida pasar. Se asoma con infantil curiosidad y disfruta de la belleza efímera de lo pasajero. Y les aseguro que bajo su balcón, con inmejorables vistas a la casa solariega del Marqués de la Valdavia, pasa mucha vida diariamente. Una vecina que saluda. Los niños que pasan cada tarde hacia la biblioteca. Los clientes del bar de enfrente. Esa nube que viene desde la Vega y amenaza con mojar la ropa tendida… Pero lo que más le gusta a Benita es ver disfrutar a la gente. Y disfrutar con ellos.
En los días de fiesta, cuando escucha la música, Benita olvida su edad y se transforma en aquella jovencita que bailaba y cantaba en la era. Aquella jovencita de la que aún conserva la sonrisa vivaracha y limpia y esos ojillos chispeantes que dan las gracias sin pronunciar palabra. Y un impulso indomable que aún hoy le lleva a desaparecer momentáneamente del balcón, meterse en casa y volver al cabo de unos instantes agitando su pandereta mientras las chicas cantan en la calle. Y a acompañarlas, en lo que imagino una regresión a su mocedad, en esas coplillas a la trilla, a la moral distraída del señor cura o a la inocente picardía del amor en el pajar.
Lejos de pensar que esos noventa años de todas esas ‘benitas’ que aún habitan nuestros maltrechos pueblos tienen ya poco que decir, son en realidad una fuente de sabiduría. Un vademécum de la supervivencia. En esta época zarandeada por la incertidumbre y manoseada por la inmediatez, conviene detenerse a valorar la importancia de lo duradero. Sentarse a contemplar la persona que seremos cuando los años y el envejecimiento cumplan con su tarea.
Volveré a pasar bajo su balcón, como cada día. Y volverá a preguntarme quién soy cuando le salude. Porque Benita vive al momento. Y aunque podamos pensar que ha perdido la memoria, en realidad es ella quien conserva la de todos nosotros. La de toda la comarca. Y quien la transmite a las nuevas generaciones asomándose al balcón con su pandereta cada vez que escucha el son de la dulzaina y el redoblante. Disfrutando de cada pequeño bocado que su jovialidad consigue arrancarle a la vida. Las cosas reseñables ocurren muchas veces sin que nos demos cuenta. Silenciosas y discretas. Solo hay que detenerse a observar con calma y emergen como una flor temprana despuntando a la primavera. A veces, asomando a un balcón. Entrando en nuestro recuerdo como un arroyo en deshielo. Como un soplo de esperanza. Con el consuelo de comprobar que siguen existiendo buenas personas cuyo único empeño es ayudar a mejorar el mundo en el que viven.




