Extrañar

La columna de Rafa Gallego: Extrañar (03/10/2025)
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León
Hay un cielo en el que perderse. Cada uno sabe dónde está el suyo. Yo me lo imagino como un flotar infinito, un deshacerse en nubes sin espuma, un modo de entrar en lo hondo de lo que verdaderamente quieres. Desaparecer en ese cielo, perderse en él, es entenderse con el mundo. Extrañar ese cielo duele en las costuras que esconden la arquitectura material de las cosas.
Paseas por los Jardines de San Francisco, con el despliegue de camiones de comida callejera y la música de la fiesta, y miras a la cara a Neptuno y ves en él el deseo de un cielo de aguas y tritones, un azul de sirenas y sueños de espuma. La costura material de la alegría está en la espuma de las cervezas y en el olor de la carne abrasada de buey, porque el pulso de lo terrenal no extraña nada que no pueda acostarse en el pan de una hamburguesa.
Es verdad que ese cielo es el mismo de San Isidoro, destapado en mercado medieval y manos artesanas que hacen pan o pequeñas joyas, o manejan brasas bajo otras carnes que no necesitan cama o tantas y tantas posibilidades de extrañare en ese universo inmediato de la vida: pasear, jugar, charlar, entretener, comer… Verbos impropios de este extrañamiento, este extrañar protagonista de un pensamiento tan insensato como propiamente extraño.
Y eso que lo verdaderamente extraño es poder respirar sin ese cielo en el que conviene perderse, poder continuar con la tarde a pesar de ese chorizo que vuelve una y otra vez por el esófago recordándote que lo material te envuelve, que la grasa de las fiestas es un producto ignífugo, que el azúcar de las golosinas es fuego en el páncreas y que la lona de las carpas es un espejismo de blancura.
Extrañar el cielo es olvidarse. Extrañar el suelo, abandonarse. La frontera entre el olvido y el abandono es muy sutil. Es un riesgo que nunca debe correrse. Por eso creo que perderse en el cielo es triunfar, porque es el modo de no poder salir ya nunca de él y, por el contrario, asegurar un suelo en el que pisar es negarse cualquier camino más allá de lo que se pueda masticar.
Extrañar lo imposible. Beberse el mar.




