Antonio y Julia y cómo era la vendimia en Ribera del Duero hace 70 años

Aranda de Duero

Tiempos de cosecha. Instantes de familia. Períodos de cansancio en el regocijo. Ocasión para el disfrute si el tiempo acompañó. Oportunidad para las celebraciones. Coyuntura inigualable para los reencuentros. La satisfacción por los resultados de un trabajo constante, riguroso, exigente, de contacto con la tierra y el clima, de riñones agotados, de noches sin amanecer y días con ocaso y sin fin. Hay muchas personas y nunca suficientes que en nuestra llana y extensa Castilla poseen hacienda de campo y la cultivan por su cuenta, dedicación exhausta y fatiga. Hay muchas personas en nuestra Castilla que labran su tierra mientras abonan su alma. Es la nuestra una tierra de labradores.

Hoy en este ‘Viaje por la memoria’ nos hemos encontrado con un labrador de raza, espíritu y entrega. Hoy reconoceremos el valor de quien arañó la tierra con uñas y sangre, con sudor y lágrima, con surcos rectos y curvas en un cuerpo cansado. Nuestros protagonistas, además, han sido y son capaces de cosechar cada jornada la felicidad de una familia construida con el esfuerzo y la entrega de quien aprendió a querer. Conversamos ahora, en un ejercicio de generosa memoria, con unos labradores. He aquí la mejor definición y la más exacta descripción. Iniciamos viaje al encuentro con la memoria con ANTONIO CALVO y JULIA CRESPO.

La vendimia hace 70 años

Tras esta introducción de Ausen Frutos, saludamos a una pareja que sabe mucho de labranza y vendimias tras toda una vida dedicada al campo desde su Sotillo natal. Los tiempos han cambiado. Pero el campo de hoy no se entendería sin la evolución del pasado. Nos situamos hace prácticamente 70 años. "Tenía 8 ó 9 años en mis primeras vendimias. Íbamos con los cestos ya de noche, que ya íbamos a la viña. Se vendimiaba a mano, con un cesto, y nos juntábamos toda la familia. La gente además se juntaba para decidir qué día se iniciaban y más o menos cuando se acababan las vendimias. Se reunían en el Ayuntamiento y decidían, para tener en cuenta la fermentación del mosto y los gases, y porque además se compartían los lagares. La medida de entonces eran los carros", recuerda Antonio. "Nosotras llevábamos la comida a los vendimiadores con una borriquilla. Se llevaban patatas guisadas, a veces bacalao, y la hogaza de pan que no podía faltar", detalla por su parte Julia.

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Se calculaba que cada 23 kilos de uva suponían 16 litros de vino. "Luego echaban la cuenta, y cada viticultor según los kilos de uva, tantas cántaras. El que metía más uva tenía derecho a sacar el vino el primero. En el mismo lagar se mezclaba la uva de todos, fuera de mejor o peor calidad. Y se hacía mucho vino clarete", prosigue Calvo, destacando el esfuerzo físico que suponía cada jornada, pero también recordando el momento en el que se arrancaron cepas ante el escaso valor del vino. "Se hizo la cooperativa, con acciones. Y aquello no rentaba mucho porque el precio de la cántara se vendía con poco dinero y poco reparto. Se arrancó porque el precio del cereal estaba en aumento. Pero luego, vino otra vez una subida de precio, y se volvieron a plantar cepas", añade.

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El alimento de los vendimiadores

A la hora de vendimiar, especifica Julia, todo el mundo pringaba y vendimiaba. Pero el resto de las tareas necesarias, como la fabricación de los cestos, las botas, el herrero... implicaba diversos oficios que también estaban presentes en el pueblo. Ella recuerda además la comida propia de las vendimias, destacando "una especie de patatas guisadas pero con pimentón", y "cocido de garbanzos, alubias, tocino, su bola... hacía falta grasa para afrontar lo que se venía". A las 10 ya se almorzaba, dado que se amanecía con varias horas de trabajo a las espaldas.

Rubiejo y la primera cosecha

Cuando se hizo la bodega Rubiejo -que ya va por la cuarta generación-, el padre de Antonio "se ponía ancho del orgullo" al entrar en ella. La primera cosecha de ese vino llegaba en 2002. Cosecha señalada, de calidad. Pese a los años anteriores, donde hubo que hacer frente a botritis y diversas enfermedades de la planta.

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Con la vista puesta en una DO Ribera que creció, pero también con el temor reconocido a acumular vino, a los aranceles y a la realidad de un mercado que a veces se antoja inestable, con su experiencia, Antonio y Julia no ven fácil descubrir el camino a seguir. Lo que sí saben, es que trabajo y la calidad nunca faltarán en una tierra de vino. De grandes labradores. Y de vendimiadores que marcaron una guía que hoy sitúa a la Ribera entre los mejores vinos del mundo.

Este viaje por la memoria junto a Ausen Frutos y Valentín García se puede reproducir al completo en el audio superior.