Sociedad

Postales de Palencia: La de las primeras nieves

Borja Barba nos acerca esta semana a un momento mágico, el día que cae la primera nevada en Palencia

Postales de Palencia: La de las primeras nieves

Palencia

La semana arrancó con noticia. El súbito desplome de las temperaturas, propio de esta época del año, trajo consigo las primeras nieves de la temporada. Las cumbres de la Montaña Palentina amanecieron cubiertas por una liviana sábana blanca tapando los dosmiles. Arropado con el amor y el beso delicado de los copos de nieve sobre su lecho calizo, el Espigüete refulgía con el blanco invernal, soportando la carga de los cúmulos repletos de frío que se deslizaban por sus alturas.

La nieve parece hacer extraño un lugar familiar. Oculta o viste un paisaje con una textura y una tonalidad que no son las suyas. Como esa débil nevada que ahora cubre la parte alta del Espigüete y que le hace parecer hasta más agreste y afilado. Una mortaja helada que se extiende como la sábana que un mago coloca cuidadosamente sobre su ayudante, antes de proceder a atravesarla con media docena de espadas. Porque, como en el espectáculo de ilusionismo, el truco está en que, cuando se funda la capa de nieve, nada habrá cambiado, sino que todo seguirá igual que estaba. E igual que estará siempre.

La primera nevada del año es siempre un evento mágico. Un acontecimiento esperado. Más, si cabe, en este año el que el negro de finales de agosto aún nos hiere el alma desde el recuerdo. Todos nos encomendábamos al invierno entonces. A sus lluvias, a sus fríos y a sus nieves. A sus heladas sanadoras y cauterizantes. Ver hoy al Espigüete luciendo la saya blanca, como el protagonista de un ritual purificador, contrasta poderosamente con las oscuras cicatrices que el fuego dejó en su entorno. Decía la novelista francesa George Sand que el otoño es un andante melancólico y gracioso que prepara cuidadosamente el solemne y majestuoso adagio del invierno. Y es que no hay nada más preciso que el metrónomo de la naturaleza. Cuando ya está casi todo el otoño caducifolio depositado en el suelo en forma de crepitante alfombra, el ritmo se atenúa para soportar los rigores que están por llegar.

Ahora que Hades ha raptado a Perséfone, llevándosela consigo al inframundo, el llanto desconsolado de Deméter por la pérdida de su hija mortifica el paisaje. Lo sume en ese letargo invernal que parece anticipar esta escueta nevisca de noviembre que salpica las cumbres palentinas. Al cabo de un rato, la mole del gigante calizo desaparece, cediendo en su intensa pelea con las nubes. La reconocible silueta del Espigüete ya no aparece cincelada sobre el cielo azul. El celaje está ganando el pulso. Parece que, ante el implacable avance del frío, el otoño ha tomado la decisión de retirar sus tropas de Moscú.