Negociar
La columna de Rafa Gallego: negociar (05/12/2025)
León
He pedido a una aplicación de inteligencia artificial que escriba el artículo de hoy por mí. Solo le he dicho que escriba un artículo usando el estilo de La columna de Rafa Gallego en Radio León con el título “Negociar” y, bueno, no me ha gustado demasiado lo que he visto, quizá porque me he mirado a mí mismo como si lo que me devuelve la inteligencia artificial fuese una imagen en espejo de lo que escribo.
Hay verbos que se nos atragantan como un caramelo de menta. “Negociar” es uno de ellos. Decimos la palabra y enseguida nos sale un suspiro, un “uff” que parece venir de los riñones. Y no es porque negociar sea difícil —que lo es—, sino porque nos obliga a admitir que no siempre tenemos razón, que a veces el otro también trae su parte de verdad debajo del brazo.
Aquí, en León, negociar tiene un matiz de ceremonia antigua. Como cuando dos paisanos se encuentran en la plaza del pueblo para cerrar el trato de una finca: primero se mira uno al otro con desconfianza, después se habla de la lluvia, de las castañas o del último susto del Bernesga, y solo al final, cuando ya se ha templado el ambiente, aparece la frase mágica: “Bueno… ¿y qué hacemos?”. Lo que viene después es puro arte: silencios largos como un invierno en Omaña, un par de cejas levantadas, y una cifra que siempre empieza más alta de lo que toca, por si cuela.
Negociamos con el despertador; negociamos con la hora de salir al café, con lo que hemos pensado para comer, con la posibilidad o no de la siesta; negociamos incluso con la moral propia, esa que a veces queremos colocar en saldo para salir del paso. El problema es que confundimos negociar con rendirse. Y no. Negociar es admitir que el mundo no gira exactamente a nuestro gusto, que para que las cosas funcionen hace falta moverse un poco hacia el otro lado.
Negociar, al final, no es más que renunciar a ganar siempre. Y mira tú por dónde, a veces en esa renuncia está la victoria: la de entendernos, la de avanzar, la de no quedarnos como estatuas frente al río creyendo que, si esperamos lo suficiente, el mundo acabará dándonos la razón.
La verdad es que no sé si molestarme en escribir nunca más, aunque todo es negociable, claro.