Angelines Callejo, una vida en el campo y marcada por la tradición
En nuestro Viaje por la Memoria conocemos la historia de una mujer de raíces, que nos invita a reflexionar sobre el valor de la memoria colectiva y la riqueza de las tradiciones

Viaje por la Memoria - Angelines Callejo
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Aranda de Duero
“Cuando se tiene una edad o una intensidad de vida suficientemente amplia necesitamos elegir un objetivo de mayor alcance para ir revisando los episodios que se han ido quedando adheridos en el alma de nuestras memorias y también aquellos de tiempos atrás quizá más asentados en su mismísimo ser. Las tradiciones y las costumbres populares ayudan a refrescar los recuerdos. Son como un baño de agua enfriada por el rocío de la retentiva, como un soplo de aire que nos sorprende en el calor del fuego hogareño, como aquella música a la que volvemos sin saber por qué o cómo.
Hoy viajamos por la memoria de las tradiciones, por las costumbres, por los hechos y las fechas señaladas. Hoy, aprovechando el frío del invierno, viajaremos entre duernas, gamellas, artesas o dornajos por las fechas de matanza y familia y los haremos acompañados por una mujer de las que han disfrutado y siguen recreándose en su vida en el mundo rural. Conversamos con una mujer participativa, implicada y activa en la celebración de tradiciones y hábitos sociales. Una mujer con todas y cada una de las características definitorias de mujer rural. Hoy conversamos y descubrimos a ANGELINES CALLEJO”.
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Una historia de vida en el campo
Tras este introducción de Ausen Frutos nos adentramos en la vida de una mujer con profundas raíces en Sotillo de la Ribera que, superados los ochenta años, sigue empeñada en colaborar de manera muy activa en conservar las tradiciones que vivió desde bien pequeña. Angelines nació en una familia de agricultores y ganaderos y formó una familia con diecinueve años con su marido, Marce (del mismo pueblo, vecino y también dedicado a la ganadería y el campo). “He hecho de todo, trabajar en el campo, ir a las ovejas, cuidar del ganado en la nave… Ayudaba a mi marido en el campo a entresacar remolacha, a ‘morenar’ en la siega…”, expresa.

Con el altar que hace el Día del Corpus / imagen facilitada

Con el altar que hace el Día del Corpus / imagen facilitada
Recuerda Angelines sus años de escuela en la que había cuatro grupos, dos de chicos y dos de chicas, en torno a cuarenta alumnos por aula. “Todas estudiábamos en la misma enciclopedia y los maestros eran rectos para poder mantener el orden en clase, especialmente Doña Tomasa que a pesar de ser del pueblo era la más severa. Nos hacía escribir el sermón que decía el cura en misa para ver si habíamos estado atentas”, comparte. Eran otros tiempos, “quintos míos me parece que somos cuarenta y tantos, nunca faltaba con quien jugar”.
Una memoria ligada al ganado
Sus padres ya criaban cerdos, tenían dos cerdas y venían hasta el Ferial de Aranda en un carro a vender las crías dejando el carro y los machos en la calle San Antonio donde había una pensión. En el pueblo todas las familias criaban uno o dos cerdos para la matanza que se hacía entre noviembre y marzo y permitía asegurar parte de la comida para todo el año. “Mi madre conservaba: metía en aceite los costillares y torreznos, y derretía la manteca y la envolvían en aceite”, recuerda con nostalgia. En las familias se ayudaban unos a otros para la matanza y se comía juntos lo que suponía momentos de encuentro y reunión. Eran tiempos de compartir. “La matanza duraba tres días: uno para hacer las morcillas, otro para picar y echar en adobo la carne, y el tercero para hacer los chorizos. Mi madre la asadura y la sangre la repartía entre la familia y los vecinos y mi padre traía a los amigos a cenar”, refleja.

Con sus nietos, en una celebración / imagen facilitada

Con sus nietos, en una celebración / imagen facilitada
Cocina y subsistencia
No quedaba otro remedio que aprender y ejercer la cocina tradicional para asegurar el sustento de la familia. Los jamones, los chorizos, el tocino y los torreznos, la conserva de la matanza con sal, adobo, aceite, y embutido… A Angelines se le da especialmente bien hacer las ‘horejuelas’ (hojuelas) que hace en su pueblo en cada celebración y tiene la amabilidad de compartir su receta. “Yo como ya las he hecho muchas veces suelo echar un litro de aceite y un litro de agua, cuatro puñados de azúcar lo que me coge en la mano, algo menos de tres kilos de harina y medio cuartillo de aguardiente. Se deshace el azúcar y se va echando la harina, se deja dormir la masa y después a freír con bastante aceite”, detalla.

Con las hojuelas / imagen facilitada

Con las hojuelas / imagen facilitada
Su historia es un testimonio de la vida en el campo, de la importancia de la familia y de la necesidad de mantener vivas las costumbres que nos conectan con nuestras raíces. A través de sus recuerdos, Angelines nos invita a reflexionar sobre el valor de la memoria colectiva y la riqueza de las tradiciones que forman parte de nuestra identidad cultural.
Este Viaje por la Memoria, junto a Ausen Frutos y Valentín García puede reproducirse al completo en el audio superior.




