Postales de Palencia: La del Canal en Abarca de Campos

Palencia

Recuerdo caminar por este camino de sirga a principios de verano. Entonces, el calor apretaba y los árboles que flanquean el Canal de Castilla en Abarca de Campos se mantenían uniformados y en marcial formación. Bien pertrechados con su follaje más vigoroso. El avance de los meses, los rigores del clima y el ciclo ambiental empujaron a ese follaje a perderse en la inmensidad del suelo. O a ser arrastrado por la tenue corriente encauzada. Hoy los árboles lucen sus ramas desnudas. Parecen forjados a escuadra y cartabón y delineados con nitidez sobre el gris mortecino del cielo invernal. Una racha de viento nos visita y a los árboles, esta vez sí, se les agitan las ramas. Se cuela la corriente rasgando entre las ramas de los alisos y aventa al vuelo las pocas hojas marchitas y amarillentas que aún penden solitarias. Después de perseguirse unas a otras por el aire, acaban su viaje encontrando descanso sobre la tersa y bruñida superficie del agua embalsada por las compuertas de la esclusa. De la primera esclusa del Ramal de Campos.

Aquí el silencio es tan demoledor que hasta el aleteo de unas torcaces se percibe como una débil música. Es una quietud próxima a la de ese ‘maravilloso silencio’, deseable y regocijado, al que Cervantes dio categoría de estilema en El Quijote. Una calma que no exige ser combatida porque se enlaza con el placer de la solitud y el bienestar de la introspección. La sensación de paz, transmitida por el lento fluir de unas aguas que aquí apenas tienen que salvar desnivel, dulcifica el ambiente. Y nos recuerda, por extraño que parezca, que el invierno en estos parajes puede ser tan delicioso y reconfortante como unas sopas de ajo después de una jornada de trabajo en el campo.

Por el Canal de Castilla no solo corre el agua. Entre sus esclusas discurren las historias personales de quienes lo construyeron. Y las idas y venidas de proyectos y reajustes presupuestarios en una obra inconmensurable que se prolongó durante prácticamente un siglo. También los sueños fracasados de aquellos pensadores ilustrados que quisieron revitalizar la maltrecha Castilla. De quienes se empecinaron en sacar a esta tierra de su aislamiento comercial respecto de la Europa pujante destazando de arriba a abajo la Meseta con un tajo navegable. Unos planes faraónicos que aún hoy son susurrados por el agua rebelde que se cuela a través de las rendijas que el paso del tiempo ha abierto en los ingenios hidráulicos de esclusas y compuertas. Ensoñaciones interrumpidas cuya única razón de ser es ya la de encerrar la memoria y la de amortiguar el paso del tiempo.