Postales de Palencia: la de las luces y la mesa de Nochebuena
Colaboración de Borja Barba
Colaboración Borja Barba
Palencia
La neblina se funde con el humo de las chimeneas, que prestan su inconfundible aroma a la noche navideña. Al fondo, una modesta cortinilla de luces en forma de cascada decora una ventana aislada y solitaria en mitad de la más rotunda oscuridad. A simple vista, estoy seguro de que esas lucecitas han vivido tiempos mejores y que la modernidad no hizo parada en ese hogar. Una ráfaga de viento helado hace que la cortinilla luminosa se agite suavemente, haciendo titilar las pequeñas bombillas contra la negrura de una callejuela mal iluminada.
No es la única casa decorada en el pequeño pueblo. Alguna vivienda luce una luminaria elegantemente achampanada. Otras, aparecen con toda la gama cromática dispuesta sin orden ni concierto como en una fantasía caleidoscópica. Pero todas con idéntica intención. Frente a esa Navidad que deslumbra y ciega con inversiones públicas desorbitadas, cuando todo parece poco y nunca es demasiado pronto, aparece una Navidad austera pero sentida. Una Navidad que no persigue epatar y que rescata con ternura unas luces desfasadas. Adornos que despiertan tras un largo letargo de once meses en el desván, y que, para quienes viven estas fechas desde la más estricta religiosidad, encierran un significado incontestable. Frente a la opulencia y la exuberancia de una sociedad cada vez más secularizada, la carencia y la exigüidad para rememorar a quien nació en un pesebre, no en un palacio.
Surgirán en esta tarde entrañable los encuentros con viejos amigos en la Plaza Mayor. O en el bar de siempre, aquel al que íbamos cuando no teníamos preocupaciones a las que destinar nuestras atenciones y que fue cuartel general antes de que la vida comenzara a desparramarnos por el mundo a su antojo. Y de vuelta a casa, apresurados porque se nos ha hecho tarde por querer saborear todo lo posible esa felicidad extrema de los momentos previos, suspirar en silencio porque llegue el día en el que esos reencuentros no signifiquen volver y puedan suponer quedarse.
Celebren la Navidad de corazón y, como Ebenezer Scrooge, procuren hacer lo mismo durante todo el año, viviendo el pasado, el presente y el futuro. Que esas sillas vacías que también forman parte de la familia y que todos tendremos presentes no despiertan pena, sino buenos recuerdos. Y que esta noche, en esa conspiración universal del amor que es la Nochebuena, cuando se sienten por fin a la mesa y se planten cara a cara frente a los langostinos y el turrón, piensen en lo afortunados que son por tener lo que tienen y poder vivir la vida que viven.