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Premio Cervantes 2023: lo de todos los años, lo siempre nuevo

El escritor, crítico literario y colaborador de SER Henares, Francisco José Martínez Morán, reflexiona sobre el Premio Cervantes y se moja con una lista de favoritos.

SER Henares

Alcalá de Henares

Por Francisco José Martínez Morán

Poeta y crítico literario

Sucede año tras año y no deja de constituir un pequeño pecado de ligereza: ante la inminencia de los fallos del premio Nobel de Literatura y de nuestro Cervantes, se multiplican las charlas y pronósticos, se intensifican en prensa, redes, tertulias literarias, clubes de lectura y charlas de amigos, los muy saludables y, en no pocos casos encendidísimos, debates sobre las candidaturas y los galardonados. En la primera fase, en la que podría llamarse de quiniela personal, aportamos una batería de razones que fluctúan entre lo artístico y lo meramente sentimental; en la segunda, una vez dado a conocer el fallo, resulta inevitable transitar, según la edición, entre la adhesión (absoluta o con reservas), la incomprensión, la indiferencia y, en casos concretos y estimulantes, la indignación. Algo hay en todo ello de celebración de la dimensión social de la lectura.

Acertar el ganador del Nobel, más allá de las temperaturas que puedan indicar las ferias y los movimientos contractuales del mundillo editorial, es como encontrar una aguja en un pajar (a mí mismo me maravilla haber vaticinado en su día, y precisamente en las ondas de SER Henares, que Tomas Traströmer lo iba a ganar en esa edición de 2011), no solo por el ámbito universal de las candidaturas, sino también porque en no pocas etapas ha jugado la Academia Sueca al ratón y al gato con las apuestas que tan milimétricamente conoce de antemano; de tal manera que, al cabo, lo más interesante del fallo son los descubrimientos que propicia (titanes como Olga Tokarczuk o maestros inadvertidos, como Le Clézio) o las encendidas polémicas que cada cierto tiempo arrastra: todavía es motivo de conversación de café y tema (principal o secundario) de tesis doctorales el caso Dylan, que, además de romper el indisimulado veto de la Academia a los autores estadounidenses, hizo que toda la intelectualidad planetaria se plantease, de arriba abajo, los conceptos de cultura pop y, por extensión, la verdadera vigencia actual de los géneros literarios puros.

En ese sentido, hacerse con una pedrea en los augurios del Cervantes es siempre muchísimo más fácil: los parámetros suelen ser sencillos e intercambiables y las sorpresas quedan, por desgracia, más bien en la lista de fallecidos no premiados que en la de laureados. De esta manera, el catálogo de deudas es tan numeroso en el Cervantes que difícilmente un fallo puede llegar a desubicar a los lectores de la forma en la que sí lo hacen con frecuencia los jurados del Nobel.

"Acertar el ganador del Nobel, más allá de las temperaturas que puedan indicar las ferias y los movimientos contractuales del mundillo editorial, es como encontrar una aguja en un pajar"

Tras unas convocatorias iniciales en las que la premura por premiar a las glorias ya ancianas de la literatura en castellano llevó incluso a recurrir al compromiso del ex aequo (no contemplado ahora en sus bases), el Cervantes comenzó a premiar siguiendo unas líneas literarias (y extraliterarias, quién lo duda) predecibles, que, tal vez de tan puramente tranquilas, han terminado por ser formularias y, hasta cierto punto, contrarias a la vitalidad del galardón; entre esas coordenadas se cuentan la inercia en la búsqueda de un equilibrio entre los premiados españoles y latinoamericanos; la prevalencia, incluso partiendo de cualidades artísticas análogas, de galardonados sobre galardonadas; y la vejez de los reconocidos con el premio más importante de la lengua castellana. Este último factor, en mi opinión, perfila un riesgo larvado que puede minar, más que cualquier otro, la salud del galardón: en demasiadas ocasiones está suponiendo el fallo un cierre de carrera (incluso vital) para los premiados, escamoteándole al galardonado y, en último término, al propio premio un recorrido de décadas que apuntale, precisamente, la decisión de los jurados y contribuya a realzar la presencia de obra y persona en la sociedad. Sería, creo, un saludable acto de valentía (aunque resulte más que comprensible el vértigo que ese ha de producir en un jurado) empezar a premiar, así pues (y sin dejar atrás a ningún merecedor de la distinción, sea cual sea su edad, eso sí), a autores nacidos en los cincuenta y en los sesenta del siglo pasado.

Descendamos (con todo esto en mente y sin necesidad, como leerán a continuación, de explicitar los parámetros que me parece que pueden pesar más en esta edición) al detalle. Por una parte, si el jurado del Cervantes opta por fijar su mirada en el género menos premiado a lo largo de su historia, laurear a Arrabal sería un no poco arrojado acto de gratitud hacia la dramaturgia en castellano de las últimas décadas, y más tras haber fallecido sin obtenerlo Francisco Nieva; aunque no pueda descartarse de plano, lo considero, no obstante, tan poco probable como que, por su edad, el galardón recaiga en Juan Mayorga, quien reúne, a la sazón, méritos literarios más que sobrados. En el ámbito de la narrativa son siempre candidatos firmes Luis Landero, Luis Mateo Díez, Enrique Vila-Matas, José María Merino y el cubano Leonardo Padura, todos ellos autores de una sólida obra prosística; pero no menos candidatas, por su magnífica producción novelística, son Soledad Puértolas, Rosa Montero, la nicaragüense (nacionalizada chilena) Gioconda Belli o las mexicanas Margo Glantz y Ángeles Mastretta.

"Me arriesgo y doy el mismo nombre que, junto al de Francisco Brines, ha sido mi opción prioritaria desde hace mucho tiempo: María Victoria Atencia"

Tal vez resulte arriesgado apostar en esta ocasión por el género lírico, tras cinco años consecutivos de premiados poetas, pero sería hora de considerar como firme candidato a Luis Alberto de Cuenca, autor a estas alturas ya de una obra de relevancia indiscutible para comprender la poesía contemporánea en español, así como a Julia Uceda, Clara Janés u Olvido García Valdés, cuyos nombres han sonado con fuerza en otros momentos (y a los que solía unirse en pasadas convocatorias el de Fina García Marruz, poeta cubana fallecida en 2022).

Finalmente, también como todos los años, me arriesgo y doy el mismo nombre que, junto al de Francisco Brines, ha sido mi opción prioritaria desde hace mucho tiempo: María Victoria Atencia. La poesía de la autora malagueña reúne, a mi humilde juicio, todas las condiciones para alzarse con el Cervantes: es testimonio de una generación de poetas que marcó decisivamente la segunda mitad del siglo XX, así como los inicios del XXI, y posee, a su vez, la belleza serena, destiladísima, y la sabiduría dolorosa que otorgan la intuición innata y la paciente maestría de una infatigable labor desarrollada durante décadas. Sirvan como ejemplo de su quehacer exquisito De pérdidas y adioses (Pre-Textos, 2005) y El umbral (Pre-Textos, 2011), poemarios fundamentales, de una hondura poética indiscutible, culminación ambos de una carrera que bien merece el más alto de los reconocimientos… aunque el acto de escribir, por fortuna, no trate de eso.

En los labios del agua

Necesito sentirme a solas de algún modo

para poner mi nombre en los labios del agua,

en los húmedos labios del agua y tu saliva;

desmentida y desnuda y a solas para el sueño

donde la lluvia deberá nombrarme,

quizás inciertamente,

con sus misterios y celebraciones.

María Victoria Atencia, El umbral (Pre-Textos, 2011)

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