Alcalá de Henares: destrucción de las imágenes procesionales de Semana Santa
El patrimonio ha sido el tema principal del último episodio de El Penitente. Un programa en el que hemos conocido la apuesta de las cofradías por seguir incrementando su patrimonio, pero un programa también en el que hemos echado la vista atrás para conocer qué imágenes procesionales se han perdido a lo largo de la historia en Alcalá de Henares. Lo conocemos de la mano de Vicente Sánchez Moltó.
Alcalá de Henares
M. Vicente Sánchez Moltó
Cronista oficial de Alcalá de Henares
El estallido de la Guerra Civil el 18 de julio de 1936 supuso un duro golpe para el patrimonio artístico de la Semana Santa de Alcalá de Henares. Tras la rendición de los sublevados el 21 de julio, un grupo incontrolado de milicianos asaltó la Iglesia Magistral en las primeras horas de la tarde y, tras un breve saqueo, prendió un fuego en el coro de madera que ocupaba la nave central. El calor de las llamas provocó el hundimiento de la bóveda, apagando de este modo el fuego.
La cripta y las capillas laterales no sufrieron especiales daños en estas primeras semanas, como lo demuestra la conservación de las urnas de plata con los restos de los Santos Niños y de San Diego. Sin embargo, el abandono en los meses siguientes y la ocupación de las capillas como viviendas por los refugiados contribuyeron a una rápida destrucción de retablos, cuadros y tallas, entre ellas la de algunas de las imágenes que procesionaban en la Semana Santa.
Vicente Sánchez Moltó/El Penitente
Peor fue el caso de la parroquia de Santa María que sufrió un incendio provocado el 29 de julio de 1936, con la pérdida de todas las imágenes religiosas que allí recibían culto, incluidas las de Semana Santa.
La pérdida de patrimonio tras la ocupación de los conventos de clausura fue más irregular, resultando salvajemente mutiladas o destruidas en algunos, mientras que en otros las pérdidas sólo fueron puntuales.
De las imágenes que procesionaron hasta la proclamación de la República en 1931, en los primeros momentos de la contienda quedaron destruidas el Ecce-Homo, de las Magdalenas; el Cristo de la Humildad y Nuestra Señora de la Soledad, de la Parroquia de San Pedro; el Cristo con María al pie de la Cruz, de la Parroquia de Santa María; la Virgen Dolorosa al pie de la Cruz, de las Bernardas y Nuestra Señora de las Angustias, de la Magistral, una excelente imagen renacentista de alabastro. La Virgen Dolorosa, del convento de Santa Úrsula, fue arrojada al suelo desde su altar, ubicado en el lateral izquierdo, junto al presbiterio, destrozándose en el impacto. Idéntica suerte corrieron tanto la Oración en el Huerto y la Flagelación, pasos que se incorporaron a la Semana Santa de 1921, así como la entrada de Jesús en Jerusalén, la popular “Borriquilla”, que lo hizo por primera y última vez en 1931.
Posteriormente, la labor de la Junta de Salvación y Protección del Tesoro Artístico de la República impidió la continuación de los desmanes, recogiendo una buena parte de las obras de arte custodiadas en los conventos de Alcalá. Sorprendentemente no ocurrió así con una de las imágenes más significativas de la Semana Santa complutense, el Cristo de la Agonía, que recibía culto en el convento de Santa Úrsula. Según parece, unos años antes habían cambiado la cruz original por otra más sencilla y de menor peso con el fin de facilitar el procesionarla, lo que les indujo a cometer el error de considerar que la imagen también era moderna. El 27 de febrero de 1937, un grupo de cuatro o cinco milicianos sacaron al Cristo y lo trasladaron al vecino cuartel del Carmen Calzado, donde fue despedazado a hachazos, aunque otros afirman que fue en el contiguo Centro Católico de Acción Social, donde se llevó a cabo su destrucción.
Mejor suerte corrió el Cristo de los Doctrinos. Tras varios informes de don José María Lacarra de Miguel, el día 12 de marzo de 1938 fue envuelto en mantas y cargado en un camión, siendo trasladado a Madrid por la Junta de Incautación del Tesoro Artístico. Terminada la guerra, el Cristo retornó a su ermita el 17 de mayo de 1939.
Una decisión de las dominicas de Santa Catalina de Siena, antes de abandonar el convento, también permitió salvar al Cristo Yacente, ya que lo envolvieron y enterraron en la huerta, lo que permitió recuperarlo una vez que retornaron al convento, concluida la contienda.
De este modo, de la destrucción sólo se salvaron el Cristo de los Doctrinos y el Cristo Yacente, habiendo quedado destruidas todas las imágenes que procesionaban en la Semana Santa, así como sus carrozas, de forma que la Semana Santa de 1939 se limitó a los oficios.