Si alguien aspira a ser presidente del Levante UD que aparezca ahora o calle para siempre
Una gestión negligente y con un marcado carácter presidencialista merece el castigo de la grada, pero fundamentalmente del máximo accionista, que debería prescindir de un Consejo que ya no está legitimado para presentarse a una reelección
Valencia
Si las bases levantinistas no quieren que Quico Catalán siga al frente de la dirección ejecutiva del Levante UD a partir del mes de diciembre de 2023 tendrán que buscar y generar una alternativa lo suficientemente convincente para obtener el apoyo accionarial de la Fundación.
Por el contrario, si el levantinismo no es capaz de construir por sí mismo una alternativa sólida durante los próximos meses y al mismo tiempo, Quico Catalán tampoco logra el ascenso a Primera división, el Patronato de la Fundación se encontrará atrapado y sin salida.
Por un parte, ya no podrá sustentar el relato de la responsabilidad ante el temor de lo que pueda pasarle al club sin la presencia de Quico, ni tampoco sería higiénico seguir apoyando el proyecto de un presidente fracasado.
La Comisión Ejecutiva encabezada por Vicente Furió estaría obligada a buscar a un profesional en la gestión de clubes de fútbol para que asumiera el reto de dirigir temporalmente al Levante UD, mientras no se produzca una profunda y tardía reforma estatutaria que permita que la Fundación sea un ente independiente del Consejo de Administración y garantice la verdadera fiscalización de sus ejecutivos.
Sostener por pura inercia a Quico Catalán les haría cómplices y coparticipes de las graves consecuencias que se derivasen de la gestión de un presidente, que ya está amortizado en términos futbolísticos por la acumulación de errores durante los tres últimos ejercicios y que han desencadenado en un descenso de categoría, en la contratación de 5 entrenadores y dos direcciones deportivas en un año y que ha conducido a la sociedad a una situación límite a nivel financiero.
Esa gestión negligente, plenipotenciaria y con un marcado carácter presidencialista de un cargo de alta dirección merece el castigo de la grada, pero fundamentalmente del máximo accionista, que debería prescindir de un Consejo de Administración que ya no está legitimado para presentarse a una reelección.
Sin embargo, lo sustancial para que todo esto pueda suceder depende en gran medida del número de profesionales, empresarios y levantinistas que estén dispuestos a dar un paso al frente y tengan la valentía, las ganas y el entusiasmo de formar un grupo de trabajo que traslade a la Fundación un proyecto real y tangible.
La transición hacia otro Levante, hacia otro modelo de gestión debería ser lo menos traumática posible. Lo ideal sería que no fuera necesario desgastarse en un proceso electoral para elegir al nuevo equipo directivo, cuando será La Fundación la que decidirá quién dirigirá el próximo proyecto, con independencia de que Quico presente en las próximas semanas su programa hasta 2028.
Una sociedad anónima que ha manejado presupuestos por encima de los 80 millones de euros y con cerca de 400 empleados, merece otra forma de hacer, otra forma de actuar y otra visión de futuro, muy alejada de un Consejo caduco, del que ya dimitieron Víctor Martínez, Javier Martínez y está en la rampa de salida Luis Calero, a falta de encajar el momento más oportuno para anunciar oficialmente su adiós.
En una empresa que repartiera dividendos y en la que existiera un propietario real, ya se habría producido el cese fulminante de Quico Catalán y tendría un nuevo consejero delegado. Sin embargo, la SAD granota, técnicamente, no es de nadie y a este presidente le basta con ganarse el apoyo de las tres familias que concentran el 8% del capital social y un patronato repleto de afines para dominar cada Junta General con una media de 18.000 acciones sobre las 124.815 que conforman el capital social.
Sirva como dato reflexivo, la existencia de 30.000 acciones que están en poder de los minoritarios y que llevan más una década sin comparecer por las asambleas. Presión cero.
Obviamente, la Fundación con un mar accionarial en calma no va a cometer la torpeza de provocar un tsunami interno por si el fuerte oleaje termina arrastrándola hacia una cascada de dimisiones antes de diciembre de 2023, salvo que apareciera una alternativa tan contundente y tan aplastante que no generase dudas a la hora de apostar por un nuevo Consejo de Administración.
Llegados a este punto, lo mejor es no hacerse trampas al solitario y asumir que este Levante estará controlado, dominado y dirigido por Quico Catalán hasta que él decida marcharse o hasta que la Fundación en un acto de equidad e imparcialidad tenga la oportunidad de elegir a otra candidatura que le genere la suficiente confianza para inclinar la balanza accionarial en la búsqueda de un cambio de rumbo.
Si en el primer semestre de 2023 esa alternativa es real, es convincente e irrumpe con fuerza, Quico Catalán tendrá que hacerse a un lado y cooperar para que la transición sea lo menos traumática posible y el club le tribute un reconocimiento con letras mayúsculas por haberlo rescatado en uno de los momentos más delicados de su historia y llevarlo a sus mayores cotas deportivas en España y en Europa.
Si Quico no quiere marcharse y le tira un pulso a la Fundación se convertirá en un candidato derrotado y olvidado tras haber librado una absurda batalla electoral en la que sabe, mejor que nadie, que no votan los individuos, votan las acciones.
José Manuel Alemán
Redactor de Deportes en Radio Valencia