Opinión
La Columna

El circo macabro

Javier Llopis, periodista

La Columna (12/11/2024) "El circo macabro"

Alcoy

El espectáculo se ha impuesto por goleada a la información y al servicio público. Como hicieran antes con las niñas de Alcàsser, las televisiones privadas de España han decidido que la tragedia de la dana de Valencia les abría una posibilidad suculenta de aumentar sus audiencias y no se han parado en sutilezas morales para conseguir sus objetivos. Han traído a estas tierras de dolor y fango a sus mejores estrellas: desde sus dolientes reinas de la mañana vestidas de campaña al mismísimo cazafantasmas Iker Jiménez, pasando por una inacabable lista de tertulianos que de repente se han convertido en especialistas en climatología y en política hídrica.

A lo largo de estas dos semanas, los espectadores televisivos han podido ver de todo y casi todo daba vergüenza ajena. Esta forma de hacer periodismo no hace prisioneros y recurre a cualquier método para llamar la atención del público: desde la mentira pura y dura a la clásica demagogia, pasando por la más estomagante y falsa sensiblería. En medio de este paisaje de destrucción no existían las líneas rojas y hemos visto a locutoras de postín apretándoles las clavijas a los familiares de los muertos hasta lograr que llorarán en vivo y en directo. En medio de este paisaje de destrucción no hacía falta ejercer los preceptos más básicos del periodismo y cualquier rumor disparatado se convertía en noticia incontestable aunque para ello fuera aumentar el estado general de alarma de la población. Estamos viviendo una carrera desquiciada en la que no hay espacio para los espíritus sensibles.

Si los políticos han hecho un tristísimo papelón en esta catástrofe natural, la televisión está viviendo uno de los momentos moralmente más bajos de su historia. Si a los directivos de las cadenas les quedara algo de conciencia periodística, deberían hacer un examen de conciencia y pedir disculpas públicas por haber convertido la información en un circo macabro

No hay que albergar ninguna esperanza en este sentido. Toda esta historia acabará con un paso más en el desprestigio de la clase periodística y podríamos resumir la situación con aquella vieja frase de las comedias americanas “por favor, no le digas a mi madre soy periodista en la tele, ella se cree que trabajo de pianista en un burdel”