El sueño roto del ladrillo

Llevan desde el fin de semana "acampados" y ni se les pasa por la cabeza renunciar a esta manera de llamar la atención. Y aunque la policía les desaloje, ellos aseguran que volverán.

No llegan a la treintena. Son pocos, ya lo saben, pero confian en ser más porque creen que son cerca de 15.000 los afectados por lo que creen una estafa.

Estarán en la Cuesta de Moyano hasta el día de las elecciones a no ser que el alcalde o la presidenta de la Comunidad les de una solución, entre otras cosas, porque creen que las instituciones como el ayuntamiento y el gobierno regional son, en parte, responsables de lo que les ha sucedido: han perdido el dinero que durante años han estado aportando para lograr un piso de protección oficial en Madrid. En sus cabezas y ya no entre sus dedos, los cerca de 50.000 euros que entregaron con la fe en un sueño y la esperanza de una vida mejor en lugares cuyo nombre pueden repetir sin tener que pensar: El Cañaveral; Berrocales; Ahijones; Los Cerros. Son números que saben de memoria de tanto ahorrar, repasar, contar, repetir, sufrir y llorar. De tanto medir sobre plano; de tanto soñar con unos laderillos en propiedad.

Imposible confundirlos con los turistas que, en el Paseo del Prado, esta mañana echaban una mirada al museo cerrado y paseaban por el Botánico, seguros de poder descansar en sus hoteles y no al aire libre y teniendo que soportar las gracietas de jóvenes de botellón como los sufrieron los cooperativistas.

Pero soportan estos problemas con dignidad y sin bajar la cabeza. Exigen que les devuelvan el dinero que pusieron con esfuerzo para alcanzar el sueño roto de una vivienda de protección oficial. Quieren que los responsables del fiasco acaben entre rejas porque creen que les han estafado y que la compañía de seguros responda porque para eso se llegaron a pagar recibos que alcanzan los 10.000 euros anuales por promoción. Y que los políticos, que han pecado por omisión (que por omisión también se peca) hagan su trabajo: controlar; intervenir y ayudar.

Desgranan los nombres de quiene creen culpables y forman pequeños corros para darse ánimo. Y como saben que los políticos están (pre)ocupados con las elecciones, aseguran que no piensan moverse de la Cuesta de Moyano hasta que estas se celebren. Y si todavía entonces no tienen solución, seguiran porque no piensan rendirse.