Es uno de los políticos mejor valorados en España y nadie duda de que si el PP gana las elecciones será convocado por Rajoy para un puesto importante. Tras una intentona fallida hace cuatro años, por fin da el salto a la política nacional y consigue alejarse de Aguirre, su eterna rival Alberto Ruiz Gallardón vende. Y en la dirección nacional de su partido nadie lo pone en duda. Como alcalde de Madrid y número cuatro en la lista de Mariano Rajoy al Congreso ha sido uno de los dirigentes populares más solicitados en Génova para dar mítines en esta campaña electoral a lo ancho y largo del territorio nacional, principalmente, fuera de Madrid. Y, la verdad, es que no ha parado de hacer «bolos». Ahora Génova manda, aunque lo cierto es que la capital hace tiempo que se le quedó pequeña a Gallardón, el eterno aspirante a figurar en la selección nacional. Desde que su nombre entró a formar parte de la lista al Congreso siente que ha comenzado una nueva etapa política, alejado por fin de Esperanza Aguirre. Y se muestra aliviado. Contesta, a quién le pregunte, que «no tiene previsto otra cosa distinta que ser alcalde de Madrid». Pero en su entorno político todos cuentan con que se irá, le convoque o no Mariano Rajoy para su futuro gabinete. Pero llegar hasta aquí no ha sido fácil. Sobre todo, teniendo en cuenta sus encontronazos con Esperanza Aguirre. Los desencuentros comenzaron el mismo día que Aguirre se hizo con la presidencia de la Comunidad de Madrid, después de que José María Aznar sorprendiera a todos colocando a Gallardón como candidato al Ayuntamiento, por temor a que el PP perdiera su mayoría absoluta en el Consistorio madrileño. Fue en las elecciones autonómicas y municiplaes del 2003. En el 2004 se enfrentaron a cara de perro por la presidencia del PP madrileño. Volvieron a chocar frontalmente en el 2007, cuando el alcalde enseño la «patita» y dijo públicamente que quería ir en la lista al Congreso en las elecciones generales del 2008. Cometió, según él mismo ha reconocido, su peor error político. Expresó su deseo en público sin consultarlo con Rajoy y Aguirre lanzó su órdago: « Si él va, yo también». El líder de su partido optó por una decisión salomónica: ninguno de los dos. Y Gallardón tuvo que encajar el golpe. Perdió el pulso con su rival. Fue entonces cuando pensó que si quería llegar a la meta, a su objetivo, tenía que maniobrar de otra manera. Como los pilotos de Fómula 1. Deporte que adora y que Gallardón acostumbra a comparar con la política, porque, según sus propias palabras, «todo depende de la estrategia, más que del piloto». Su táctica ha sido muy clara. Por un lado, evitar las andanadas de Aguirre, que las ha habido y muchas en los últimos años (el escándalo de los espías fue la prueba de fuego: de nuevo les enfrentó, y aunque Gallardón tenía mucho que decir, lo calló). Por otro lado, su firme decisión de respaldar a Rajoy en todo, se equivocara o no. Gallardón dejaba de ser visto por los sectores más conservadores del PP como el outsider de izquierdas que milita en un partido de derechas. Dejó de ser el «verso suelto» del PP, como siempre se le ha conocido. Como Mario Benedetti en su poema de amor «Táctica y estrategia» parecía pensar : «Mi estrategia es que un día cualquiera, no sé cómo, ni sé con qué pretexto, por fin me necesites». Y funcionó. A Aguirre no le ha quedado otra que acatar la decisión de Rajoy de que Gallardón figure en la lista y se prepara para verle con cartera ministerial. Ocho años después, el alcalde siente que ha ganado la batalla. Fiscal de oposición, político de raza (ambas tendencias, a las leyes y a la política, le vienen de familia), entró con 18 años en Alianza Popular. Llegó a ser el número dos de Manuel Fraga, su padre político, y desde la refundación del partido forma parte del Comité Ejecutivo Nacional del PP. Acumula en su haber cinco mayorías absolutas consecutivas. Como alcalde de Madrid ha transformado la ciudad, pero se le ha criticado mucho por sus obras faraónicas, y, sobre todo, por hacer de Madrid la ciudad más endeudada de España.