Discurso copleto de María Esperanza Sánchez al recibir el premio Aljabibe
Cuando yo llegue, en Radio Sevilla pasaban cosas mágicas, por ejemplo que a los 15 días de haber llegado, ya era aquello que antes se decía, de plantilla.
Una noticia no lo es antes de ser contada, por lo tanto, es menos importante, mucho menos, que el hecho que la provoca. Es decir, el periodismo es importante en tanto en cuanto sirve para contar los hechos, que son los que hay que conocer para que nadie nos haga tragar con ruedas de molino.
Muchas gracias al jurado, que ha considerado que yo merezco este premio que otorga la Asociación Andaluza Aljabibe, presidida por Rafael Escuredo. Que sea éste un premio unido a su nombre es algo muy especial para quien, como yo, tuvo la suerte de vivir los días de más esperanza de una Andalucía que levantó la cabeza, se unió y siguió a un político, un líder visionario, que supo ver que, llegado el tiempo de la libertad, o los andaluces cogían el tren de la Autonomía, o los que tenían escrito su futuro la volverían a dejar atrás. Los andaluces, en aquel inolvidable año 1980, creyeron en su líder y lograron cambiar el proyecto de país, al hacer uso de su "derecho a decidir", según le permitía la Constitución, su acceso a la Autonomía por la vía del artículo 151, es decir, en pié de igualdad con las llamadas comunidades histórica.
Es oportuno recordar aquella historia en este momento en el que hay que vigilar para no perder la igualdad conquistada. Ya era yo periodista en aquel tiempo y mi casa, la de siempre, Radio Sevilla de la cadena SER. El lugar en el que he hecho a lo largo de mi vida profesional lo que he querido hacer, sin más limitaciones ni problemas, que los de mi propia capacidad.
Cuando yo llegue, en Radio Sevilla pasaban cosas mágicas, por ejemplo que a los 15 días de haber llegado, ya era aquello que antes se decía, de plantilla. No fue lo único mágico, también lo fue tener una compañera de 85 años. Juro que estaba allí, que tenía una voz soberbia, un carácter endiablado y una seguridad profesional que para mi la hubiera querido yo en mi mejor momento. Carmen Muñoz se llamaba y era una anciana llena de sabiduría, a la que, a pesar de su duro carácter, había que escuchar para aprender. Tiempos mágicos ya digo, si los comparamos con estos en los que se vacían de maestros las redacciones. Yo era poco más que una niña y ella disfrutaba enseñándome sus secretos: cómo había que ponerse delante del micrófono, qué pausas, qué tonos, qué manera de lanzarse o retenerse en el texto, cómo vocalizar... Me enseño a morder un bolígrafo y leer un texto en voz alta, chocando la lengua con el bolígrafo para que al quitarlo de la boca la vocalización fuera perfecta.
La R, era decisivo pronunciar bien la R. Era mágico que hubiera una maestra como ella que se fue de la radio cuando le dio la gana. Es verdad que mientras ella disfrutaba de esa circunstancia, había miles y miles de andaluces por Europa, perdido el sol, el calor familiar, la alegría de los vecinos, la vida de su barrio, de su pueblo, en busca del trabajo que aquí se le negaba. Dicen que estamos volviendo a la emigración y yo no lo creo, desde luego no a aquella miseria, que hay que recordarla para no consentir que se repita.
Creo, eso sí, que lamentablemente nos estamos perdiendo el conocimiento, el talento de una gran parte de la generación mejor formada de la historia de este país, que es bien acogida en países, por cierto, como la ciega Alemania que pide a nuestros licenciados, en su voraz e insolidaria manera de producirse políticamente, en este dramático y decepcionante momento de la Unión Europea. Pero dejo eso y vuelvo a la radio en la que no se rompió la magia, porque no pasó mucho tiempo y llegó a Radio Sevilla, Iñaki Gabilondo y ahora sí que mi suerte ya no iba a caber en los pasillos de la casa que me ha visto crecer y desarrollarme profesionalmente. Porque si Doña Carmen, como la llamábamos los jóvenes, respetuosa o temerosamente, me enseñó a ponerme delante del micrófono cómo había que hacerlo, Iñaki me enseño qué era, de qué manera había que hacerlo y como era imprescindible en una sociedad que quería ser libre, el periodismo.
Y cómo el periodismo luego, cuando esa sociedad ya es libre, sigue siendo imprescindible para que no se conculquen los derechos de nadie. Yo podría estar hablando miles de horas de Iñaki Gabilondo, pero ya se que ustedes lo saben todo sobre él, eso sí lo que no saben es de qué manera nos enseñaba, de que manera nos hacía entender, de qué manera nos trazaba las líneas rojas que no se podían pasar y tras las que estaba la manipulación, la falta de honestidad, la utilización interesada del poder que todo periodista tiene. Iñaki nos abría el camino para adentrarnos sin miedo, con valor y con conocimiento de causa, en la noticia.
Con todo eso he ido andando por el oficio y por cierto, creyendo que una noticia no lo es antes de ser contada, por lo tanto, es menos importante, mucho menos, que el hecho que la provoca. Es decir, el periodismo es importante en tanto en cuanto sirve para contar los hechos, que son los que hay que conocer para que nadie nos haga tragar con ruedas de molino.
Los hechos, los protagonistas, la verdad limpia, no objetiva, limpia y con todos los matices posibles. Y digo no objetiva porque yo no creo en la objetividad, no me gusta buscar la objetividad, no me entretengo, creo en la honestidad, en contar las cosas con la decencia de la verdad y desde mi propia y honesta idea de las cosas. Contar los hechos sobre todo, sin manipulación, sin trampa. Puedo decirlo: tuve el mejor maestro.
Y disfruté de mi oficio como el niño que descubre que aquel juguete que le gustaba tanto, pero con el que no sabía muy bien qué hacer, se podía abrir y estaba lleno de secretos maravillosos. Secretos que en este momento se están llevando los maestros que están siendo despedidos de las redacciones. Cada vez van quedando menos maestros en activo y cada vez hay más jóvenes confundidos entre el miedo y el arrepentimiento de haber hecho una carrera que no pueden ejercer.
Periodistas sin periodismo, maestros en paro y jóvenes sin maestros, y la gran duda ¿qué será? ¿como será el periodismo en poco tiempo, si las cosas no cambian?
El debate sobre periodismo y nuevas tecnologías, ha sido superado por el debate sobre el miedo al periodismo de los recortes, de los despidos, de las largas listas de periodistas en paro. Internet no hará daño al periodismo, eso ya se sabe. El papel sufrirá lo que está sufriendo en este momento, acaso no mucho más cuando hayan pasado las crisis, las dos, la provocada por la existencia de las nuevas tecnologías y la provocada por la desvergüenza y la voracidad sin fronteras de un capitalismo brutal y sin contrapeso, quiero decir que la caída del comunismo tuvimos que verla, en su momento, como algo que había que ordenar, para que el capitalismo no arrasara como está arrasando. Pero eso es para otro día.
Decía que acaso el papel no sufra mucho más que lo que está sufriendo, porque podría ocurrir que el papel, con más análisis, más interpretación de los hechos, más carga digamos intelectual en el relato de los acontecimientos, quedara para las élites ilustradas que, justamente por el reposo en la interpretación de las cosas podría seguir prefiriendo el papel, a la velocidad y la instantaneidad de Internet. Podría ser.
Pero vuelvo al drama presente. Solo durante este año 70 medios de comunicación se han cerrado y 3.879 periodistas han sido despedidos, según la federación de Periodistas de España. En los últimos cuatro años, 8.822 periodistas han perdido su empleo. Menos periodistas quiere decir menos periodismo y con menos periodismo, hay menos democracia.
Empezaba recordando aquel momento histórico en el que el periodismo militó en la defensa de la autonomía y de la democracia y tomó partido por la libertad. Tras el tiempo de los maestros, y del trabajo en el pleno ejercicio de la libertad de expresión, de las conquistas vividas y los sueños cumplidos, todo se tambalea. Cuando más y mejores periodistas tenemos, estamos corriendo el gravísimo riego de quedarnos sin periodismo. En este país en el que fue una heroicidad ser periodista en el tiempo de silencio, en este tiempo de la libertad de información ser periodista, ejercer de periodista, es casi un milagro.
Es posible que alguien entienda que esto es una exageración, pero por si acaso, estemos atentos. Creer en el periodismo es creer en la necesidad de que todos los hechos sean conocidos, que no haya nada que escape al conocimiento de los ciudadanos, que la sociedad no viva a ciegas, sepa por qué pasan las cosas que van condicionando la vida de la gente. Y es entregarse a la noble tarea de que los ciudadanos puedan conocer para tener opinión, ejercer de ciudadanos con conocimiento de causa y decidir en consecuencia.
Quiero acabar dedicando este premio, a todas y a todos los periodistas que han sido despedidos; a todas y a todos los que sueñan con ejercer el mejor oficio del mundo y ven las puertas de las redacciones cerradas; a todos los maestros cuyo talento y conocimiento estamos perdiéndonos y que constituye un despilfarro insoportable. Por todos y por el periodismo, sin el que no hay democracia.




