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SOLIDARIDAD CIUDADANA

Fuenteovejuna en Cuatro Cañones

Varios comercios y vecinos ceden alimentos a un bar para que elabore a bajo coste menús que regala a personas en paro sin ingresos y con familia. "Que le den de comer a los niños y no hagan locuras", asegura Santiago, uno de los propietarios del local.

Avanza la calle Sor Simona hacia Cuatro Cañones hasta que desemboca en Teodoro Golfín, el famoso oftalmólogo del libro Marianela, de Benito Pérez Galdós, cuyos personajes pueblan el barrio de Schamman. A la izquierda de Sor Simona cae un terrario empinado poblado de basura. A la derecha se erigen en cuatro pisos viviendas sociales con la pintura desconchada. Teodoro Golfín se abre solitaria a media mañana, con apenas un recaudador de un seguro de decesos picando en las casas terreras que se descubren unos metros más adelante. Alguna peluquería con una alegre tertulia le da vida a la calle que en su número 33 tiene como inquilino al Bar IV cañones, que regentan Isabel y Santiago.

Son vecinos de Jinámar y ambos, antes de abrir el bar, que lleva menos de un mes con las puertas abiertas, estaban desempleados. Llevaban cinco años cada uno en paro. Santiago trabajó desde joven en la construcción y ya durante la crisis sostuvo su empleo, cada vez cobrando menos un tiempo, hasta que le crujió. "Hacía de todo, antes había trabajo", dice. Isabel limpiaba unas viviendas militares y cuando se quedó embarazada de su tercer hijo -tienen tres de 14, 6 y 4 años respectivamente- la empresa le comunicó que estaba despedida: "así, tal cual", añade sin ápice de asombro.

Después de un par de años en paro su familia se quedó sin ingresos. Ella empezó a recorrer naves y casas pidiendo comida. "Lo pasaba muy mal cuando mis niños lloraban de hambre y no tenía para darle ni un vaso de leche con galleta", recuerda. Descubre, además, como cerraba las ventanas y las puertas para que los vecinos no oyeran llorar a los pequeños. El miedo a que Servicios Sociales les quitaran a los niños siempre estaba presente.

Santiago, por su parte, recurrió a hechos de los que se arrepiente profundamente para poder dar de comer a sus hijos. Se presenta como un hombre de pocas palabras y un pasado que quiere olvidar. Quiere decir una sola cosa: "Antes de que un padre haga algo para que sus hijos coman, que piensen que siempre puede haber alguien que les ayude. Hay pocos, pero hay". Y son esas pocas palabras y ese pasado del que apenas quiere hablar el que les guía en el nuevo andar que tienen en la vida: "Queremos que los padres estén tranquilos, no haciendo cosas malas, queremos que los niños y las familias tengan un platito de comida caliente todos los días. No hace falta saltarse la ley".

Para poder llevar a cabo este proyecto, y mantener el bar con vida, los vecinos han ofrecido ayuda. A unos metros cuando Teodoro Golfín se encuentra con Inesilla, que aparece en los episodios nacionales de Galdós, y en esa esquina hay una pequeña tienda de aceite y vinagre con una generosa oferta de fruta y verduras. Guaci atiende con sonrisas a Mari Puri que viene a llevarse lo que le "encargó" por la mañana. Otra joven rebusca entre los tomates. Guaci, tras el mostrador y con un pequeño de alrededor de un año sentado en una trona al lado, es de las que les cede o rebaja comida a Isabel y Santiago para que les salga más barato hacer comer para los vecinos que no tienen ingresos. "Es un granito de arena nada más", resume y añade: "algunos no van porque tienen vergüenza, sí, la vergüenza. Pero hay otros que para robar no tienen ni un pizco de vergüenza". 

Para los que tienen vergüenza, Isabel y Santiago preparan tuppers que se pueden llevar sin que nadie les vea comer. "La vergüenza es muy fea, pero más feo es que tenga hambre tu hijo", dice Isabel. Santiago apura el cigarro en el exterior y lo cuela en el cenicero. Pasa por allí Mari Puri, a la que vimos en la tienda, y le da los buenos días, las gracias y le recuerda que si necesita algo que le avise. Miguel, vecino de un par de casas más arriba, pasó esta mañana para dejar algo también.

El menú del día es sopa de pollo, "con dos polliitos frescos que nos llegaron", arroz a la cubana y "el postrito, claro, que les encanta".

Y así intentan hacer su labor. Les cuesta decirlo, pero lo dicen: "Al que no ha pasado por lo que hemos pasado entiendo que les cueste, pero es fundamental que los niños coman para que los padres se calmen, por eso hacemos lo que hacemos",

 

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