Sabina, o lo que de verdad importa
El cantante de Úbeda actuó durante dos horas y media ante un abarrotado Polideportivo Pisuerga
Valladolid
Hay cosas que importan, y cosas que no. O que importan menos que otras, vaya. Por ejemplo, no importa que, a falta de nuevas canciones, Joaquín Sabina se lance de nuevo a la carretera con la excusa de conmemorar el 15º aniversario del considerado como su mejor álbum, ’19 días y 500 noches’. No importa que a la gira se le bautice como ‘500 noches para una crisis’ y que las entradas tengan precios poco acordes con la delicada situación económica que sigue viviendo España. Tampoco que este ciclo de conciertos se haya organizado después de dos recitales en Madrid y otros dos en Barcelona que, en su momento, se anunciaron como únicos y excepcionales.
Tampoco importa (o importa poco) que el repertorio se base fundamentalmente en las canciones que conformaron aquella obra maestra, y que a mitad del concierto la intensidad se resienta al enlazar varios temas tan lentos en su ritmo como extensos en su duración, rematados además por una versión de su maestro Bob Dylan, desconocida para el gran público. No es demasiado importante que el cantautor ubetense mire más al teleprompter que le chiva las letras que a las 5.000 personas que tiene delante, ni que en su voz haya, desde hace ya muchos años, más sombras que luces. No importa demasiado que la cortisona que toma desde hace tiempo para minimizar este problema haya hinchado sus facciones, en claro contraste con un cuerpo cada vez más enjuto, como delataban los pitillos verdes que lucía anoche, a juego con una levita.
Todo esto no importa, o importa menos, cuando estamos hablando del que muchos consideran el mejor letrista español de todos los tiempos (con permiso de su primo el Nano). Porque puestos a saldar cuentas con debes y haberes, en la balanza siguen pesando mucho más los méritos contraídos a lo largo de casi cuatro décadas escribiendo canciones (grandes himnos algunas, joyas recónditas otras), que son por derecho propio la banda sonora de varias generaciones a ambos lados del Atlántico.
Porque que el concierto pudiera parecer caro quedó minimizado desde el momento en el que las localidades se agotaron días antes por parte de un público mayoritariamente adulto, pero multigeneracional, en cualquier caso (a las 5:30 de la tarde varias veinteañeras hacían cola en la puerta del pabellón para reservar sitio en la grada).Porque rescatar la práctica totalidad del disco ‘19 días y 500 noches’ (excepción hecha de ‘Dieguitos y Mafaldas’ y ‘Como te digo una co…’), también tuvo sus ventajas, como abrir la noche con la genial ‘Ahora que…’, o recuperar la divertidísima ‘Pero qué hermosas eran’. Porque el bajón de intensidad de un recital con menos revoluciones y más poesía de lo habitual (son ya 66 años muy vividos los que contemplan al artista) se salda con la belleza de ‘Peces de ciudad’, posiblemente su última obra maestra.
La nube negra y las injusticias
Porque ante la reconocida nube negra que merma la creatividad de Joaquín Sabina desde hace años, se puede (y se debe) recordar que las vivencias que alumbraron sus mejores versos se correspondieron con una etapa vital (la de su juventud alargada hasta sus “cuarenta y diez”, como él mismo recuerda) que se vio truncada con aquel ictus cerebral y el abandono definitivo de una vida de excesos. Exigirle al “Flaco” composiciones como aquellas sin vivirlas en primera persona sería, además de injusto, un ejercicio de impostura que su coherencia artística no le permitiría.
También porque tiene la suerte de contar con una banda que parece más una familia, y que como justo pago a haberle soportado “más años que cualquiera de mis novias”, como él mismo recordó entre risas, rellenan los tiempos muertos en los que el cantautor se toma un respiro interpretando como solistas algunos de los éxitos del propio Sabina: Jaime Asúa y Pancho Varona despertaron el lado más rockero con ‘El caso de la rubia platino’ y ‘Conductores suicidas’, respectivamente; Antonio García de Diego se marcó una emotiva versión de ‘Tan joven y tan viejo’, y la corista Mara Barros puso el polideportivo en pie, primero con ‘La canción de las noches perdidas’, y con una arrebatadora interpretación de la copla ‘Y sin embargo te quiero’ después. Todo ello con un sonido sorprendentemente bueno para lo que estamos acostumbrados en un recinto como Pisuerga.
La necesidad del temor
El caso es que Sabina sigue siendo necesario, aun cuando ya no pueda ser el que fue. Apurar cada oportunidad de verle sobre un escenario es, para muchos, casi una obligación, ante el temor de que pueda ser la última vez. Así lo entendieron anoche sus fieles vallisoletanos, que colgaron el ‘no hay billetes’ como antes lo hicieron los madrileños, los barceloneses o los latinoamericanos.
Tras dos horas y media de concierto (dos bises de tres canciones cada uno incluidos), después de las palabras mayores que son ‘Contigo’ o ‘Y sin embargo’ (el público puesto en pie dando palmas al ritmo de una balada tan brutalmente honesta y amarga, ¿quién es capaz de conseguir algo así?), y de cerrar a golpes de platillo con la optimista ‘Pastillas para no soñar’ (sí, la del anuncio de seguros), hoy todos estamos un poco más cansados. Pero también mucho más felices. Y eso es lo que de verdad importa.