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Pájaros de cuento

“La laguna de Gallocanta, el incensante espectáculo de lo natural” descubre todo un mundo en torno a este famoso enclave

Grullas en unas orillas pobladas de salicornias y carrizos, como formando una bandera. / Eduardo Viñuales.

Grullas en unas orillas pobladas de salicornias y carrizos, como formando una bandera.

Zaragoza

Algunos pensábamos que las grullas convivían en Gallocanta con los hombres del neolítico o incluso antes, con los mamuts o cualesquiera que fueran los animales prehistóricos que vivieran por la zona. Pero no. Resulta que estas famosas aves apenas llevan cuarenta años frecuentando ese espacio limítrofe entre las provincias de Zaragoza y Teruel. Casi puede decirse que empezaron a llegar con la Transición hacia la democracia, una feliz coincidencia, cargada de simbolismo, que se descubre con la lectura del libro que dos grandes naturalistas, Roberto del Val y Eduardo Viñuales, han dedicado a este paraje cuya fama se ha disparado en las últimas décadas gracias a las migraciones de estas aves tan bellas como ruidosas.

Esta obra publicada por la Institución Fernando el Católico, profusamente ilustrada y con una gran variedad de textos y colaboraciones, quiere demostrar que la laguna es mucho más que las grullas, y así realiza un repaso intenso por toda la fauna y la flora, pero también por la historia, la toponimia, el clima, la demografía o la arquitectura popular.

La laguna y el pueblo de Gallocanta desde la Sierra de Valdelacasa.

La laguna y el pueblo de Gallocanta desde la Sierra de Valdelacasa. / Eduardo Viñuales.

La laguna y el pueblo de Gallocanta desde la Sierra de Valdelacasa.

La laguna y el pueblo de Gallocanta desde la Sierra de Valdelacasa. / Eduardo Viñuales.

Entre las cosas que cuenta están los numerosos intentos por desecar la laguna, como pasó con otras muchas de España, ya desde el siglo XVIII y prácticamente hasta nuestros días. En 1978 el propio Félix Rodríguez de la Fuente, en su momento de mayor popularidad, se desplazó a Gallocanta, junto con naturalistas aragoneses como el recordado Adolfo Aragüés, para concienciar a las autoridades aragonesas de la importancia de ese espacio natural y de su necesidad de protegerlo.

La llega del “amigo Félix” coincide con el año en que la presencia de las grullas empieza a consolidarse y a crecer. No es que llegaran atraídas por el nuevo orden constitucional, lo que sucedió fue que la laguna perdió profundidad con los años y quedó a unos niveles ideales para las costumbres de estas aves. Antes de ellas, cuando la laguna tenía mucha más agua, los que mandaban allí eran los patos. Solo de la variedad de patos colorados se contabilizaban colonias de 35.000 ejemplares en los años 70. Aparte de un espectáculo, aquello era una fiesta para los cazadores. La laguna concentraba una gran presión cinegética, algo que no han tenido que sufrir las grullas, y no solo porque desde hace años figuren como especie protegida. Al parecer ellas cuentan con una protección natural: su carne es muy jasca, “como comer astillas”, según cuenta un cazador en el libro, lo que ha hecho que desde antiguo queden fuera de la diana de quienes buscan bocados más apetecibles.

Las grullas regresan al anochecer para dormir protegidas en el agua.

Las grullas regresan al anochecer para dormir protegidas en el agua. / Eduardo Viñuales.

Las grullas regresan al anochecer para dormir protegidas en el agua.

Las grullas regresan al anochecer para dormir protegidas en el agua. / Eduardo Viñuales.

La verdad es que, a tenor de lo que se cuenta aquí, se trata de unos animales fascinantes, auténticos pájaros de cuento, como ya se les considera en países donde los veneran, como Japón. Entre sus costumbres está dormir en el agua porque eso les permite escuchar el chapoteo de cualquier depredador que quisiera atacarles. No obstante, duermen en grupos y siempre hay alguna que permanece vigilante para dar la alarma si fuera necesario. Cuando se trata de cortejar a las hembras, los machos realizan espectaculares movimientos sobre tierra, como una auténtica danza, y cuando la cosa cuaja, forman parejas estables que pueden permanecer unidas durante décadas. A la hora de volar, son más veleras que remeras, es decir, no necesitan batir continuamente las alas para esos larguísimos desplazamientos de sus migraciones porque sobre todo van buscando las corrientes de aire para planear como reinonas de norte a sur de Europa. Bellas y además listas. No es extraño que cada año crezca su club de fans.

 

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