Lesa majestad
A Coruña
No recuerdo que la Cabalgata de los Reyes Magos haya sido jamás tan polémica como la de este año. En todos las ciudades importantes (Valencia, Barcelona, Madrid...) lo que no debería haber sido más que una fiesta infantil se convirtió en un asunto de estado a medida que partidos de la oposición, asociaciones vecinales y trolls de internet clamaban contra el sacrilegio cometido contra la única Santísima Trinidad de origen cristiano que sigue siendo adorada de forma universal en Europa. Es lógico: incluso los descreídos que dudan de la promesa de una recompensa que les aguarda cuando abran los ojos después de morir estan dispuestos a conformarse con la de que si se van a la cama a dormir se despertarán en un mundo lleno de regalos. La queja más elocuente la transmitió Cayetana Álvarez de Toledo, con aquel tweet que denunciaba que su hija de 6 años le había dicho que el traje de Gaspar no era "de verdad". "No te lo perdonaré jamás, Carmena", proclamó.
Sin llegar a tanto dramatismo, también en A Coruña la Cabalgata dio que hablar: solo la contemplaron poco más de 60.000 personas, menos de la mitad del año pasado. Algunos sostienen que se debió al mal tiempo (llegó a granizar en algunos momentos) pero a mí me parece sospechoso que la asistencia se redujera en exactamente la misma proporción que el presupuesto: un 53%. Y el Ayuntamiento acabó de estropearlo todo con un discurso en el que los Reyes Magos animaron a los padres a que sus niños jugaran con muñecas, para derribar estereotipos. Aquello irritó a más de un progenitor, que no podía comprender a qué venía sustituir el típico discurso de portarse bien y disfrutar con los juguetes con el nuevo mensaje unisex. En cambio, yo me reí un buen rato: como ya he dicho en una ocasión, los de la Marea Atlántica son unos pésimos organizadores de fiestas.
Poner la organización de una celebración fiesta cristiana y monárquica en manos de grupos ateos de izquierda no podía salir bien, y la torpeza con la que intentaron cambiar a Melchor, Gaspar y Baltasar para que propagaran su insidioso mensaje, deja en evidencia que les falta la habilidad de la que hace gala el Gobierno central a la hora de utilizar a un monarca como marioneta. Además, los ridículos vestidos de los reyes magos, que parecen salidos de un video pop, fueron prácticamente un delito de lesa majestad, un intento claro de socavar la autoridad divina que procede de todo monarca. Aquello se trató de un acto radical, republicano, un metafórico asalto a la Bastilla. La prueba definitiva es la Cabalgata de Valencia, donde los reyes barbudos y coronados fueron sustituidos por dos mujeres vestidas de época (parecían salidas de esa película "El retorno de las brujas", de Disney) y llamadas Fraternidad, Libertad e Igualdad, el lema de la república francesa.
Así que está claro: la Cabalgata de los Reyes fue un verdadero regicidio, mucho peor que si hubieran volado por los aires una carroza a lo Carrero Blanco. Si los gobiernos de la extrema izquierda pueden convertir a los tres monarcas más queridos de Occidente, en una burla ante el público, también pueden socavar cualquier Monarquía, incluida la borbónica que, reconozcámoslo, no tiene ni la mitad de la aceptación que la oriental. La trama va más allá de lo evidente, dado que la extrema izquierda se ha aliado con nacionalistas: el rey Melchor en San Sebastián se cayó del camello de una forma que parecía sospechosamente preparada. El animal se arrodilló, Melchor salió despedido por encima de su cabeza y la corona rodó por los suelos. Para asegurarse de que la sugestión quedaba firmemente implantada en la mente del populacho, el alcalde, Eneko Goia, del PNV, ordenó a su esbirro que lo repitiera dos veces más.
Desde la Farsa de Ávila no se había vuelto a ver algo parecido, aunque no es que sea la primera vez que los españoles ven a un monarca por los suelos. Juan Carlos se tiraba en plancha a la menor ocasión, pero lo que asusta aquí es el alcance de la conjura. Y que el objetivo sea una institución anacrónica que debería repugnar a cualquiera que se considere demócrata no la hace menos insidiosa, ni judeo masónica. Por supuesto, el Cesid alertó al Gobierno central de lo que iba a ocurrir, por eso trataron de contrarrestarlo trasladando el escenario de su despacho de La Zarzuela al salón del trono del Palacio Real por primera vez en la historia. El problema es que se quedaron cortos. En vez de sentarse bajo el baldaquino, haciendo gala del derecho que le confería su sangre real, empuñando el cetro y el orbe, flanqueado por leones dorados, ante un telón de terciopelo luciendo orgulloso el escudo de la Casa Real sobre su cabeza, Felipe VI decidió aposentarse en una simple silla en medio del salón, como si fuera un invitado situado en la última fila una recepción.
En el vídeo se ve como los leones se quedaron mirándole con la boca abierta, en un gesto de pasmo, imaginándose como explicarían esto a sus primos del Congreso. Sabían que, al negarse a revestirse de los símbolos de la monarquía, prácticamente había renunciado a ella porque una corona en la cabeza deja mucho más claro quién es el rey que cualquier referendum. Felipe no estuvo a la altura. Y es el trono lo que está en juego. No hace falta ser George R.R. Martin para darse cuenta.




