España... a pesar de los españoles
El abogado ciudadrealeño Jesús Barroso reflexiona sobre la forma de ser de los españoles, que al contrario que en otros países como EEUU, reprimimos el sentimiento patriota y pone en valor la trayectoria del militar malagueño Bernardo de Galvez.

A lo largo de la historia de los Estados Unidos, sólo 8 personas en el mundo han sido nombradas como ciudadanos honoríficos. Entre ellas, Churchill o Teresa de Calcuta.
El mes pasado, un español nacido en Málaga a mediados del Siglo XVIII, obtuvo esa distinción extraordinaria del Senado de los Estados Unidos. Es Bernardo de Gálvez, un militar que combatió siempre bajo la lealtad de la Corona española y un completo desconocido para el común de los españoles. Desde hace un mes, en el Senado americano cuelga un retrato de tan ignorado personaje y la Casa de América en España, probablemente avergonzada, ha organizado una exposición para restañar la ignominia.
Sin embargo, para los americanos, Gálvez fue un héroe de la Guerra de la Independencia que arriesgó su vida por procurar la libertad del pueblo de los Estados Unidos. Fue uno de los primeros en reclutar y coordinar un ejército multirracial compuesto por españoles, franceses, indios Apache, africanos, etc. y lideró la asistencia que España dio a los Colonos contra Gran Bretaña, a la que él mismo derrotó en innumerables batallas, mostrando una valentía extraordinaria. La más importante la de Pensacola, en Florida, donde en la actualidad sus lugareños dan festivo tributo a Gálvez, luciendo por sus calles galas militares y hondeando banderas y pendones españoles.
El propio George Washington reconoció a Gálvez como factor decisivo en el éxito de la guerra de liberación; y el Congreso, en el año 1778, expresó su gratitud al General español.
Gálvez sirvió después como Gobernador en Nueva España y, como político, destacó dignificando a las tribus Apaches a las que protegió con una gran sensibilidad humanitaria. Hoy en día, varios pueblos y condados americanos adoptan su nombre.
Este fascinante reconocimiento debería hacernos reflexionar sobre lo que España y los españoles han representado para el mundo occidental, pese a las artificiosas falsedades de la leyenda negra propagada a lo largo de los tiempos. Pero, por otra parte, esa fascinación se diluye a poco pensar que, mientras otras naciones ensalzan a quienes contribuyeron a mejorar sus vidas o a engrandecer su historia, nosotros los escondemos en el baúl o los ignoramos.
Esta España nuestra para la que su bandera tiene un sentido peyorativo; un pueblo que reprime y rechaza la idea del patriotismo y niega orgullo alguno a ser español; una nación que no ha enterrado aún el trágico hábito cainita, propenso siempre a la delación contra el vecino, a la autocensura; este estanque inmóvil de desinterés intelectual y cultural que reniega complejoso de su Historia y recurre a la memoria selectiva; este país nuestro, en definitiva, apto para lo mejor y lo peor, es indigno con sus sabios, sus científicos; es miserable con aquellos portentosos súbditos que otras naciones honran como héroes, los acogen y los hacen propios.




