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No disparen al pianista

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Ciudad Real

Creo a que a estas alturas, todos estamos de acuerdo en que la actuación de los titiriteros al representar su espectáculo ante una treintena de tiernos párvulos fue una decisión inaceptable y vergonzosa. Debieron haber renunciado a continuar ante semejante audiencia de criaturitas. Pero no lo hicieron. Los responsables del Ayuntamiento de Madrid -y lo de responsables es un sarcasmo- tampoco supervisaron los contenidos provocativos de una pieza que se iba a representar para menores.

Lamentables los errores cometidos por los unos y los otros; y estos disparates deben ser depurados. Pero aun aceptando esto, no llega a mi entendimiento que la Justicia corrija el desatino encarcelando a esos dos majaderos, por muy estúpido que fuera su comportamiento. Detesto las aberraciones argumentales que pusieron en boca de sus marionetas, desapruebo el infame recurso al uso de letreros a favor del terrorismo, la escenificación innecesaria de violaciones o el ahorcamiento de jueces.

Pero tampoco olvidemos que la obra estaba destinada a una audiencia adulta, a la que se presume libre para decidir con madurez si permanece o abandona la Sala; si aplaude o desaprueba la función. Los adultos podríamos habernos defendido de semejante prueba de miseria y mediocridad intelectual practicada por ese par de cretinos. La solución de que disponemos los adultos contra esta antípoda del arte debe estar en nuestro desdén, nuestro menosprecio y el olvido sepulcral, no con la prisión incondicional y sin fianza.

Desde el principio de los tiempos, la farándula de cómicos y bufones se ha construido en torno a la mordacidad y la sátira. El talento de los cómicos está en su sagacidad y en la virtuosa destreza para entretenernos y hacernos reír con nuestros propios infortunios. La burla y la chirigota de nuestra existencia. La mofa a los sentimientos más profundos. A los bufones de la Edad Media se les permitía casi cualquier cosa; hacían representaciones soeces y a menudo eran los únicos capaces de mostrar la cruda realidad de las cosas porque, al fin y al cabo, "sólo es humor". Sus pequeñas obras criticaban sutilmente, con intención burlesca, las costumbres o vicios de los reyes y cortesanos que los cobijaban y cuando éstos desaprobaban su actuación, el arlequín era expulsado del castillo, sin más.

Lo otro es el rostro del escarnio atroz y despreciable; pero eso no se cura con la cárcel, lo siento, sino con la cruel indiferencia del espectador. Nuestro sistema judicial no puede emular soluciones inquisitoriales ni practicar la censura. Para reprender y repudiar a los malos artistas solo hay un lugar reservado para ellos: la nada.

  Fdo. Jesús Barroso Crespo

       

 

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