Desconsolado
A Coruña
Cuando no tengo nada que hacer o estoy trabajando, suelo dedicarme a navegar por internet. Navegar por la red es parecido a hacerlo por el océano en tiempos antiguos, cuando la gente creía que la tierra era plana: inevitablemente, llegas demasiado lejos y caes a un abismo donde los monstruos están acechando. Me pasó de nuevo el otro día, cuando estaba ojeando los periódicos digitales. Invariablemente, paso de los grandes titulares sobre la corrupción del PP a esas noticias de relleno, teñidas de sexo y morbo, quizá porque suelen estar ilustrados con fotografías de mujeres bastante más atractivas que Rita Barberá. Pero en esta ocasión no era así. La imagen que aparecía era la de una mujer de corte de pelo masculino y notablemente falta de atractivo, que llevaba al cuello una palestina. El artículo explicaba que se trataba de Beatriz Gimeno, número cuatro de la lista de Podemos a la comunidad de Madrid y antigua presidenta de la Federación Estatal LGTB y enumeraba algunas de sus declaraciones más polémicas: "La heterosexualidad obligatoria es una herramienta del patriarcado", "la heterosexualidad verdadera se clava en las vidas y los cuerpos de las mujeres, por eso el lesbianismo puede resultar liberador", "se somete a una presión brutal a las madres para que den de mamar, sí o sí. No veo la persecución a la lactancia por ningún sitio"...
El artículo seguía así durante un buen rato. Me estaba riendo cuando me llamó la atención una de sus afirmaciones, "se sabe que cualquier mujer puede ser lesbiana". Me sorprendió porque muchas veces la he hecho yo, solo para recibir como respuesta un coro asqueado de voces femeninas que aseguraban que había leído demasiado revistas porno. Pero entonces seguí leyendo: "Dado el profundo simbolismo asociado al poder y a la masculinidad que tiene la cultura patriarcal la penetración (a mujeres), ¿Qué podría cambiar, que importancia cultural tendría una redistribución igualitaria de todas las prácticas sexuales, incluida la penetración anal de mujeres a hombres? Sin ese cambio, no se producirá un verdadero cambio social que iguale a hombres y mujeres".
Al principio creí que había leído mal y no comprendía por qué mi culo se había apretado por si solo. Luego releí el texto y mientras la enormidad de lo que decía me embargaba, me di cuenta de que me enfrentaba a la mayor amenaza a mi virilidad desde aquella vez que la niña que me gustaba en preescolar se burló de mí delante de toda la clase. Afortunadamente, en el caso de Gimeno, no tenía que esconderme en los lavabos para no coincidir con ella en el patio. Iba a cerrar la ventana y borrar definitivamente aquella visión infernal, cuando vi otra noticia interesante sobre una manifestación ultramachista y pensé que era justo lo que necesitaba después del ultrafeminismo.
Me equivocaba. Resulta que hay un tipo, un microbiólogo americano de origen armenio afincado en Maryland llamado Daryush Valizadeh, conocido en internet como Roosh V, que había convocado manifestaciones en más de 40 ciudades (entre ellas Granada y Barcelona) a través de su blog, llamado "El retorno de los reyes", con el objetivo de reivindicar la masculinidad. Estas protestas estaban pensadas solo para heterosexuales, de manera que estaba prohibida la presencia de mujeres, homosexuales y transexuales. Twitter echaba humo por los comentarios indignados que exigían una respuesta de las autoridades y Ada Colau aseguraba que impedirían que se celebrara en la ciudad condal.
Lleno de curiosidad morbosa, decidí acceder a la página web del sujeto y estuvo leyendo un buen rato. Cada entrada era más impactante que la anterior y explicaba con meridiana claridad por qué las mujeres oprimían a los hombres, tratando de coartar su naturaleza... masculina, al tiempo que explicaba las mejores tácticas para ligar con mujeres (sobre todo extranjeras, que son más sumisas) y argumentaba con meridiana claridad por qué las mujeres eran inferiores. Por ejemplo, señalaba que en ninguno de los numerosos tiroteos causados por sociópatas en Norteamérica se han registrado casos de mujeres muertas protegiendo de una lluvia de balas a su pareja, mientras que sí se han dado casos de hombres que recibieron un balazo por su media naranja. También señalaba que el impacto económico de que los hombres dejaran de trabajar sería mucho mayor que si fueran las mujeres las que lo hicieran, puesto que de todos modos no podrían trabajar en la sección de la construcción sin hormonarse y que, además, estaban en contra del desarrollo de robots sexuales femeninos porque eso decantaría el equilibrio del poder a nuestro favor.
A medida que pasaba de una entrada a otra, sentí como crecía en mí un sentimiento de indignación ¡Era totalmente cierto! Esas hipócritas que estaban en contra de la robótica recreativa eran las mismas que planeaban insertar un consolador de varias velocidades en la parte trasera de un desprevenido sujeto en nombre de la igualdad. Los hombres debíamos tomarla iniciativa. Me levanté de la silla, dispuesto a reunirme con mis hermanos de batalla en Barcelona, si era preciso, cuando me fijé en el link que había debajo del artículo. Pinché en él y leí que el tal Roosh V había desconvocado la movilización después de recibir cientos de amenazas de muerte. La Policía de Maryland había acudido al sótano de la casa de su madre, donde vivía, para tomarle declaración y él les había abierto la puerta, sudoroso y en calzoncillos.
Reprimí un ataque de pánico. Mi última esperanza, mi mesías desde hacía casi cinco minutos, acababa de cáerseme. Me había imaginado que era una especie de James Bond y resulta que era un perdedor que vivía en el sótano de su madre, alimentándose de rencor y pornografía y lidiando con un complejo de Edipo enquistado.Estaba solo. Solo. Y amenazado. Gimeno estaba ahí fuera, y tenía un consolador (probablemente varios) y ya era diputada por Podemos en la comunidad de Madrid. En una situación política tan inestable como la de ahora es incluso posible que se repitieran las elecciones y que Podemos ganara, haciéndose Gimeno con más poder. Tenía que hace algo, lo que fuera, tomar una verdadera determinación. Un acto desesperado, extremo, decisivo.
Y así fue como decidí votar al PP la próxima vez.




