El cambio

La fotografía de Sergio Soto (03/03/2016)
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A Coruña
Hay palabras que sedisparan como un comodín. En verdad son un adorno más que una palabra. Significan algo pero nadie sabe con certeza el qué y eso las convierte en fantásticos recursos.El simple hecho de lograr introducirlas en una frase da al orador empaque, apariencia de sabiduría. Hace unos años, por ejemplo, se puso de moda el uso indiscriminado en los debates de la palabra <<demagogia>>. La tendencia, que iniciaron nuestros parlamentarios, traspasó las fronteras del Congreso hasta llegar a los intercambios dialécticos de los concursantes de Gran Hermano. Estos, indignados, se arrojaban el término en cualquier situación sin tener muy claro qué comportamientos eran los que daban contenido a tan infame delito. Pero quedaba bien decirlo y, en una paradoja maravillosa, arrancaba los aplausos encendidos del público. ”¡Eso, eso demagogo!” –gritaban las señoras agitando el puño cerrado-. Una operación similar para explicarlo todo con una sola palabra se intentó después con <<sinergias>>. No llegó a Gran Hermano. Pero de pronto amanece el día en que alguien, como Rajoy, abre el diccionario y descubre que los académicos están empeñados en poner límites a nuestra generosidad ajustando cada palabra a unas pocas situaciones. Maldita troika.
Últimamente el término que se repite una y otra vez es el de <<cambio>>. Parece sencillo, pero encierra una gran complejidad. Uno puede pasarse la vida nombrándolo sin que ocurra nada. El BNG, por ejemplo, lleva haciéndolo desde antes de la salida de Beiras y, como si se hubiera enganchado, ahora siente que necesita más, una “refundación”. Lo angustioso del cambio es cuando descubres que no basta con invocarlo para que su poderosa mano descienda sobre ti. Hay que hacer cosas. Entonces tienes que decidir qué hacer y hacia dónde y, por si fuera poco, tienes que acertar. El cambio, al final, vive en una tensión permanente entre el lugar al que quieres que te lleve y aquel al que te puedes permitir llegar. Es legítimo y hasta necesario intentar estirarlo, pero sin olvidarque puede romperse.
Ayer viendo la imagende Pablo Iglesias, con su camisa de las grandes ocasiones, pasando de la sonrisa irónica al discurso enrabietado y después al amor de un beso me preguntaba en qué cambio estaba pensando él realmente. Iglesias es uno de esos jugadores de póker indescifrables que siempre lo apuesta todo y no sabes dónde acaba la genialidad y empieza la locura. Despierta tantas interjecciones de admiración como de horror.“De cambiar sabe”, me dije. Al fin y al cabo ha pasado de la izquierda a la transversalidad, de ahí a la socialdemocracia y después a pesadilla de Pedro Sánchez.Lo único que parece claro es que la nueva política trae otras palabras confusas. Ahora pactar, acordar, negociar parece no incluir ya a los que piensan diferente. Y, la verdad, uno se hace un lío. Así que ya que estás ahí en un rincón, aburrido, mascando chicle mientas esperas a que todos recuerden que eres un héroe; Mariano, por favor, abre otra vez el diccionario y sácanos de dudas.




