Sociedad
Mario Ocaña

Siria en el exilio

Firma Mario Ocaña, 'Siria en el exilio'

Firma Mario Ocaña, 'Siria en el exilio'

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Algeciras

Podemos tener a veces la sensación de que la Historia del ser humano evoluciona, siglo a siglo, en un sentido ascendente a la búsqueda de soluciones a los problemas generales y que ese camino no tiene vuelta atrás. Es cierto en unos campos como en el desarrollo de las tecnologías o el conocimiento científico y en unos espacios geográficos como el llamado Primer Mundo. Pero en otros, como el humanismo y la solidaridad, nos encontramos con ejemplos que nos hacen poner en duda ese proceso. Y en esos momentos quizás sea bueno, por aquello de no perder la memoria, echar la vista atrás y recordar a hombres y estados que en otros tiempos, quizás tan dificiles como estos, dieron muestras de su humanismo y solidaridad con sus semejentes.

Lázaro Cárdenas fue presidente de la Republica de México entre 1934 y 1940, años de guerra y plomo que contemplaron el estallido de la Guerra Civil Española y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Hombres como él ayudaron a crear el Comité de Ayuda a los Niños del Pueblo Español, angelitos inocentes, huérfanos y victimas de la misma guerra de siempre que gracias a Cárdenas, y supongo que a muchas otras personas del pueblo mexicano, fueron extraídos de la zona de guerra, alojados, sustentados y educados en México. En total fueron 456 vidas infantiles a las que hay que añadir un número de 40.000 exiliados republicanos más acogidos por México entre 1937 y 1942, cuando el mundo ardía en la misma guerra de siempre. La generosidad del gobierno mexicano se vio recompensada con el desembarco de lo mejor de la intelectualidad española y su contribución al desarrollo cultural de México.

En estos días, en los que la gesta de Cárdenas es recordada por pocos, la democrática, capitalista y cristiana Europa vende por unos cuantos miles de millones de euros a los exiliados de la guerra de Siria que se hacinan como animales en la frontera de Macedonia. Sin alimentos, viviendo en condiciones infrahumanas, sometidos al frío, a las enfermedades, a la desesperación, a los negocios de las mafias que tratan con seres humanos.

Mientras, los gobiernos de democrática Europa negocian el trato. Sin prisa.¿Qué más da? Y cada folio de impresora está manchado con las lágrimas de una madre o de una abuela que contempla impotente la muerte de sus hijos; manchado con la desesperación de los hombres que huyen de la barbarie, del terrorismo, del sadismo de la intolerancia que supone el fanatismo de la misma guerra de siempre.

Europa se atrinchera. Tiene miedo y está vieja. Demasiado vieja para mirar el futuro con esperanza. Un futuro en el que comienzan a emerger, como en otros tiempos de la historia no muy lejana, las voces de los que se consideran superiores a los demás por el color de su piel, por la lengua que hablan o por los dioses a los que rinden pleitesia.

Ante situaciones como esta siento una profunda nausea de ser europeo. La nausea espesa que genera contemplar como no hemos aprendido nada de la historia y como la vida humana, sobre todo las de los más damnificados por todas las miserias del mundo, importa un bledo a estadistas y gobiernos.

 
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