‘El escritor’

Algeciras

 Hay circunstancias en la vida que nos obligan irremediablemente a volver atrás sobre nuestros pasos. Mañana presentaré un libro nuevo, en colaboración con mi amiga la pintora algecireña Fátima Conesa y desde hace unos días me ha resultado inevitable hacer balance de lo que significa escribir.

Hay síntomas, desde la infancia, que nos empujan a pensar que tenemos cierta facilidad para inventar historias. Poco a poco, descubrimos que nuestra imaginación va desbordándose con los años y que lo que en un principio parecía un entretenimiento se va convirtiendo lentamente en una adicción. Con todo lo bueno y lo malo que hay en ello. Ratifico lo que dice el gran Truman Capote “ cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo; y el látigo es únicamente para auto flagelarse”

Lo complicado del asunto es que, a medida que uno escribe, se va dando cuenta de algunas cosas como que se puede escribir bien y escribir mal, y lo difícil que es hacerlo correctamente, y, lo peor de todo: que la diferencia entre escribir bien y escribir mal es tremenda, colosal. Y es entonces cuando aparece ese látigo, en forma de frustración, al que hace referencia el gran escritor norteamericano.

Escribir es una adicción que, como todas, tiene una víctima: el escritor, que además, consiente su dependencia, la mima y le da alas. Y el caso es que el que escribe apenas se da cuenta de ello hasta que ya no tiene solución. Da la cara cuando empieza a robarnos el sueño a medianoche y nos preguntamos cuántos cafés hemos tomado a lo largo de la jornada. O en plena madrugada, asaltándonos con imágenes que, anheladas durante el día se escondieron astutamente de nosotros apareciendo de súbito en el silencio de la noche. Cuando se adueña de nuestra mente en una cena con amigos y nos vemos obligados a aparentar que escuchamos cuando nuestra atención está resolviendo el conflicto que nos había planteado el protagonista de nuestra última historia. La creación, nos asalta, nos exige, nos demanda tiempo, atención, devoción. Es por ello por lo que a veces el que escribe busca la soledad, para encerrarse con la inspiración en su torre de marfil, aislado del mundo por unas horas en las que, reconociendo el vinculo que le encadena a su adicción, decide no oponer más resistencia. Porque la lucha del escritor y la escritura es una lucha desigual donde la primera tiene ganado el combate desde mucho antes de saltar al campo de batalla. Pero nada de ello nos sustrae a la tarea de escribir, porque la creación a cambio y en pago a nuestra servidumbre, ofrece al que escribe el mejor premio de todos: el tesoro de una vida intensa como ninguna, una vida llena de magia y de fantasía. La mejor vida posible: la vida del escritor.

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