El tocomocho en el arte

Alcázar de San Juan

El lenguaje artístico lejos de ser algo que se aprende como leer y escribir, es una cuestión personal en ciertos individuos que se va desarrollando a la vez que los rasgos o el carácter en un proceso más del organismo, creando la propia visión de las formas, la adicción a determinadas gamas de color, la impronta de trazos y los recursos casi intuitivos que más tarde junto a la propia filosofía, sentimientos y capacidad de captación, serán los que formen esa voz propia que se denomina: estilo.

Todo ello coincide con la cita de Matisse:” Artistas importantes hay pocos”.

Sin embargo lo que la Naturaleza restringe, el mercado de los intereses demanda con el afán de invertir.

La paridera principal del tocomocho en el arte está en el mal llamado “arte de vanguardia”, donde la línea que separa éste de la tomadura de pelo es a veces tan fina que la codicia juega con la ignorancia del inversor hasta llevarle al país de las hadas.

En cuanto a las formas, existen principalmente dos tipos de coladeros para fabricar una firma:

El primero, a través del método de expertización o certificaciones- algo a muy parecido a comprar un carnet de identidad para la obra falsa- conseguido a base de talón.

El segundo método- más sofisticado y sutil- es el conocido con el nombre de “Lanzadera”; se basa en adquirir obra a muy bajo precio de un autor ya desaparecido, mediocre y poco conocido. Tener contactos para poder acceder a los espacios expositivos importantes de su zona de origen, obteniendo así- sin arriesgar apenas nada- que el aval de Cultura y el dinero público respalden y paguen hasta la publicidad de la futura “firma”. Ya que nada que quiera ser novedoso o tildarse de exclusivo existe sin medios informativos y sin las bendiciones de una institución.

Luis Feito decía: “Otra aberración común es pensar que cualquiera puede ser artista contemporáneo, lo que demuestra un desconocimiento total. La consecuencia nefasta es que a cualquier cosa se le llama arte”.

Arsenia Tenorio